25 de septiembre de 2023. Hoy ha sido un día que podríamos llamar «de transición». Un día algo aburrido —que tampoco viene mal para descansar un poco— pero necesario. Hoy nos hemos despertado en Sídney y nos hemos echado a dormir en Auckland, Nueva Zelanda.
Ayer ya habíamos dejado todo preparado por la noche así que solo quedaba ducharnos, desayunar y hacer el check-out. La verdad es que nos ha dado algo de pena dejar este alojamiento.
Para ir al aeropuerto hemos ido directamente en Uber porque, echando cuentas, resulta que era más barato que coger un Uber a la estación de metro y luego metro —como hicimos cuando llegamos a Sídney—. De hecho, era más barato incluso que si hubiéramos ido andando hasta la estación de metro —casi 20 minutos con las maletas a cuestas— y solo hubiéramos pagado el metro.
Volamos a Nueva Zelanda
Hemos llegado al mostrador de AirAsia —de nuevo una compañía aérea con la que nunca había volado antes—. Todo iba bien hasta que ha llegado la primera sorpresa del día: si bien no hace falta visado para entrar en Nueva Zelanda —con pasaporte español—, sí es obligatorio para todo el mundo rellenar y pagar el NZeTA. Casi 30 euros la broma entre el permiso de entrada y la tasa turística. También hace falta rellenar una declaración de entrada que sí teníamos cumplimentada.
Nos ha pillado por sorpresa porque AirAsia nos había avisado de la necesidad de rellenar la declaración de entrada pero no del NZeTa. Lo bueno es que era tan sencillo como descargarse la aplicación, rellenar el formulario y, por supuesto, pagar. Lo hemos echo en el mismo mostrador de facturación.
Ya con las maletas depositadas, hemos pasado el control de pasaportes, el de seguridad y hemos ido a la puerta de embarque.
De pronto, por megafonía, segunda sorpresa del día —yo diría que es la primera vez que oigo esto ya en la puerta de embarque—: iban a reasignar los asientos allí mismo. Yo tenía asiento de ventanilla al final del avión —así lo había elegido— y después de la reasignación me ha tocado pasillo en mitad. Debido a esto, ha llegado la tercera sorpresa del día: nos ha tocado dos niños coreanos delante. Por suerte no han dado mucho mal.
El vuelo D7288 de AirAsia ha tenido una duración de tan solo 2h 41′. He dormido casi todo el rato a excepción del momento de la comida al principio del vuelo. No habíamos pagado la comida por lo que antes de despegar, en el aeropuerto de Sídney, hemos comprado algo para comer durante el vuelo. No ha sido especialmente caro —aún teniendo en cuenta que era un aeropuerto— pero resulta que la comida en AirAsia es especialmente barata —aunque no de mucha calidad—; puedes comer un cuenco de fideos por unos 2 €.
Al final, entre unas cosas y otras, hemos llegado con más de una hora de retraso que, sumado al cambio de hora —ya tenemos un desfase horario con España de 11 horas—, nos han plantado en las seis de la tarde sin darnos apenas cuenta.
Llegamos a Nueva Zelanda
En Nueva Zelanda, como en Australia, hay que pasar un control de mercancías ya que está prohibido introducir muchísimos productos —sobre todo comida fresca o semillas—.
No tengo muy claro por qué, pero, después de casi media hora de fila, nos han pasado el equipaje por rayos X cuando a la mayoría de la gente les dejaban pasar sin más —nos habían asignado el número 0 que supone salida directa pero el hombre del mostrador ha dicho que número 1, pues nada, al número 1—. Y ha saltado la banca por una ciruelas secas. Una breve explicación y nos han dejado pasar. Ocasión perdida para visitar una cárcel neozelandesa.
Ya solo nos quedaba un último trámite: recoger el coche de alquiler. De nuevo esperar. Otra media hora perdida. Eso sí, el hombre del alquiler coche ha sido muy amable y ha adaptado la velocidad del habla a nuestro nivel. Se agradece.
Ya motorizados, hemos tenido poco menos de media hora en coche —con algo de tráfico— desde el aeropuerto hasta al alojamiento. Como ya era bastante tarde y estábamos en el centro, no hemos tenido problema para aparcar —además gratis por que la zona de pago era hasta las ocho de la tarde—.
Última sorpresa del día
Y van cuatro. Hemos llegado al alojamiento y nos hemos encontrado la puerta cerrada. En un cartel explicaban que hacer si se llegaba más tarde de las ocho de la tarde —se suponía que se podía hacer check-in hasta las once y media de la noche—. Estaba lloviendo y hacía frío.
Hemos llamado al interfono como decía el cartel, tras unos minutos han respondido y… no había manera de entender nada. El volumen estaba tan bajo y había tanto ruido en la calle —coches, autobuses, etc.— que era imposible comunicarse. Nos han colgado. Hemos repetido la llamada. Mismo resultado. Hemos vuelto a llamar. Mismo resultado… así tres o cuatro veces.
Al final nos han dicho que bajaba alguien —no sé de dónde—. Y, efectivamente, ha aparecido un hombre y se ha solucionado el problema. En mi mente ya solo había dos opciones: dormir en el coche —ya me pasó una vez y además cobraron la noche— o buscar otro hotel.
Al final, con todos los retrasos —vuelos, coche de alquiler y alojamiento—, se nos han hecho las nueve de la noche por lo que el plan de ir a pasear por Auckland por la tarde-noche se ha quedado en ir a cenar a un 24 horas y a dormir.