24 de septiembre de 2023. La estancia en Sídney va entrando en rutina —aunque ya queda poco de estar aquí— y ya comenzamos a hacer las mismas cosas que quitan frescura a un viaje: despertar en el mismo alojamiento, desayunar lo mismo, ir a la misma parada de autobús, etc. Lo malo que tiene la rutina es que dejas de prestar atención porque ya no hay «riesgo» de equivocarse y el tiempo va más deprisa. Se te escapa.
Hoy ya es nuestro último día completo en esta hipnótica ciudad. Vamos a ir a por los últimos puntos de interés de nuestra lista y a seguir disfrutando de sus contrastes culturales y arquitectónicos.
Bondi beach
Nuestra primera parada ha sido Bondi beach, la icónica y famosa —que no única— playa de surferos de Sídney.
La playa en sí no deja de ser una playa como cualquiera que podríamos encontrar en España. El quid de la cuestión es su historia. De hecho hay una placa —¡cómo les gusta a esta gente las placas!— donde te dicen que estás en una reserva nacional de surf.
Desde donde nos ha dejado el autobús —ya había gente con tablas dentro— hemos bajado directamente a la playa. Hemos ido a parar, más o menos, a mitad de la playa y lo primero que he hecho es acercarme a la orilla a sentir el mar de Tasmania.
El agua no estaba especialmente fría pero casi todas las personas en el agua llevaban traje de neopreno —por algo sería—. Supongo que en algún momento del año Bondi beach estará llena de surfistas casi profesionales, pero hoy solo había unos cuantos grupos que no lograban estar encima de la tabla más de un par de segundos —que ya son un par de segundos más de lo que duraría—.
Hemos ido caminando hacia el este hasta llegar a una zona muy curiosa: una piscina para perros. Ahí estaban un par de perros pasándolo en grande con sus amigos humanos. Hemos seguido y hemos llegado a una zona muy chula de roca donde teníamos una vista completa de la playa.
Ya fuera de la playa, hemos callejeado un poco hasta dar por casualidad con un mercado callejero —si no me equivoco estaba en el patio de un colegio o algo parecido— donde hemos comprado una deliciosa cookie casera.
Teníamos la parada del autobús para ir al centro casi en frente así que, una vez terminada la cookie, nos hemos ido directos al centro.
Hora de los museos
Aunque siempre nos gusta visitar museos allí donde vamos —especialmente los de historia—, hasta ahora no habíamos sacado el tiempo —a excepción del intento de ayer—. Hoy queríamos visitar dos: museo australiano y el museo de las barracas de Hyde park.
Hemos ido primero al museo australiano. Sorpresa agradable nada más entrar: la entrada era gratis. La consigna para dejar las mochilas también lo era.
La exposición de los 200 tesoros australianos —colección de objetos con valor para los australianos— ha estado muy bien pero el resto, a excepción de una muestra fotográfica sobre los samoanos, estaba solo pensado para los niños. De hecho, lo peor de la visita han sido los niños —nunca había visto no uno si no dos aparcamientos para carros de niños en un museo—. Era tan disparatado que he llegado a dudar de si les daban algún tipo de estimulante en la entrada —parecía que iban hasta arriba de algo no muy legal—.
Después de salir a la calle y recobrar la tranquilidad —los nervios y los tímpanos—, hemos ido al museo de las barracas de Hyde park. Impresionante.
Es un museo de historia sobre las barracas donde tenían a los prisioneros británicos traídos desde Inglaterra y sus penosas condiciones de vida. También contaban las del posterior flujo migratorio de personas libres en busca de una vida mejor —¡cómo debían estar en Inglaterra o qué les contarían que encontrarían aquí para querer venir!—. Este museo también era gratis y con audioguía automática tambien gratis. Para quitarse el sombrero.
Mercado callejero de The rocks
Una vez terminada la visita al museo de las barracas de Hyde park, nos hemos ido «corriendo» al mercado callejero de The rocks. Ha estado abierto todo el día pero lo queríamos dejar para la tarde aunque por poco no llegamos: eran casi las cuatro y cerraba a las cinco.
Somos muy de mercados callejeros y éste no ha defraudado —casi imposible hacerlo estando donde está—. Hemos recorrido todos los puestos y hemos hecho un par de compras —la última a pocos minutos del cierre—.
Atardecer
Estando en The rocks, hemos ido a la bahía a sentarnos un poco y a ver el atardecer allí. Esa era la idea hasta que hemos pensado, improvisadablemente, pasar al otro lado del puente de la bahía y contemplar desde allí el último atardecer en esta increíble ciudad.
Hemos ido hasta la estación de metro —o tren ligero, no me ha quedado muy claro en todos estos días— y nos hemos plantado en Milsons point, un mirador justo al lado del puente de la bahía y en frente de Circular Quay y de la ópera.
El sol ha ido cayendo por el oeste bañando todo con ese maravillo color naranja del atardecer. No sé qué tienen los atardeceres pero parece que todo está en calma. Como no hay ninguna montaña ni nada que se ponga en medio, hemos podido ver al sol desaparecer en el horizonte. Para enmarcar.
Ya que estábamos al lado de Luna park hemos entrado a echar un vistazo. De nuevo al borde del cierre —de hecho diría que nos hemos colado—. Luna park es un simpático parque de atracciones con 88 años de historia a sus espaldas. Tiene muchas atracciones de época, zona de restauración, etc. Es una buena idea para pasar una tarde.
Cena en Circular Quay
Desde Luna park hemos pillado el ferry directo a Circular Quay para cenar en la bahía a modo de despedida. De nuevo un éxito de idea —estamos sembrados en este viaje, lo sé—. Hemos tomado una magnífica cena en la terraza de un restaurante con los rascacielos y el puente de la bahía como testigos.
Antes de volver al alojamiento a preparar todo para mañana y dormir, hemos ido a despedirnos de la ópera. La verdad es que he perdido la cuenta de las decenas de fotografías que le he hecho simplemente porque sí, porque estaba ahí.