19 de septiembre de 2023. Hoy ha sido el primer día del viaje en el que no nos hemos movido de ciudad. Hemos estado todo el día en Singapur visitando los principales puntos turísticos, aunque nos hemos ido con la sensación que se podía rascar más en esta ciudad —sobre todo de los barrios culturales—.
Como el día iba a acabar en el aeropuerto para tomar el vuelo a Sídney a las dos de la mañana —técnicamente hablando ya mañana— y ayer fue un día cansado, hemos planteado con calma la primera parte de la mañana: desayunar tranquilamente en la habitación, asearnos, recoger las cosas y dejar el hotel.
Dicho y hecho. Hemos salido del hotel —dejando las maletas en custodia para volver a recogerlas antes de ir al aeropuerto— sobre las diez y hemos empezado el paseo por Singapur.
Paseando por Singapur
Las sonrisas y la frescura de la mañana se han acabado nada más cruzar la puerta del hotel, cuando el calor y la humedad nos han puesto en nuestro sitio. En pocos sitios —tal vez solo en Dubái o en Malta— he deseado tanto entrar en un medio de transporte. Te lo confirmo: el aire acondicionado del metro y autobuses de Singapur funcionan muy bien. Tan bien que dan ganas de quedarse dentro.
Marina Bay Sands y Merlion
Hemos superado la tentación de quedarnos a pasar el día en el metro con su aire acondicionado, y hemos salido a la calle en busca del Marina Bay Sands y el Merlion.
Para llegar hasta el Marina Bay Sands hay que atravesar un mar de rascacielos —algunos en construcción— y hoteles de lujo. El capitalismo tiene buena sucursal en Singapur. Una vez allí, bien, un edificio grande, digamos que curioso.
El Merlion —justo en frente del Marina Bay Sands pero con la bahía en medio—, una fuente en forma de sirena y león —con cierta historia—. Sin más. Desde luego no iría de propio a esta ciudad para ver esto.
Agobiados por el calor y la humedad, hemos pensado en ir a algún centro comercial o algo por el estilo y, al final, hemos ido al mercado Lau Pa Sat —lo tenía en mi lista—. Todo un acierto a pesar de solo contar con ventiladores y no con aire acondicionado.
Lo que ha empezado con un zumo de caña de azúcar ha terminado siendo una comida en toda regla: pato con fideos con una sopita de guarnición, té frío al limón casero para beber y, de postre, una tarta de huevo.
Como ya nos pareció ayer en la cena, los precios en Singapur son bastante asequibles. Puedes comer bastante bien por menos de 10 € —supongo que como en todos los lados habrá sitios con precios prohibitivos pero cada uno malgasta el dinero como quiere—.
Después de comer
Hemos alargado la sobremesa todo lo posible pero había que volver a la calle. Esta vez para ir a los jardines de la bahía (Gardens by the bay).
De nuevo metro, de nuevo andar —por no decir arrastrarse— con el calor y la humedad y, de nuevo, bien, no está mal pero tampoco vendría de propio a Singapur para ver los jardines de la bahía. Probablemente las zonas de pago merezcan la pena pero la parte pública, sin más, una atracción turística artificial como cualquier otra.
Con ganas de otra tregua, hemos cogido un Grab y nos hemos ido a un centro comercial para bajar la temperatura, tomar algo y descansar. Hemos curioseado el supermercado —muchos productos europeos— y hemos comprobado que la multiculturalidad de Singapur también se refleja en la comida que puedes comprar.
Allí donde vamos, siempre llevamos una lista de librerías que visitar y justo —¡qué casualidad!— en este centro comercial había una de ellas. Me he comprado dos libros: uno de malayo para mi colección de libros de idiomas de países que visito —lamentablemente no había de tamil— y otro sobre la historia de Singapur.
Nuestra última parada antes de volver a por las maletas al hotel e ir al aeropuerto ha sido la mezquita Sultán. Esto, junto a su entorno, sí que ya ha merecido la pena incluso sin poder haber entrado por llegar fuera del horario de visita.
De nuevo en el aeropuerto
Hemos ido al aeropuerto como salimos de él: combinación de Grab —hasta la parada del metro— y metro. Hemos llegado a la terminal 1 —única terminal con estación de metro— así que hemos tenido que coger el tren entre terminales para llegar a la terminal 3.
Aunque no estoy seguro de si es la primera vez que hago una autofacturación —la edad ya no perdona y uno ya duda de sus recuerdos—, esta vez nos ha tocado hacerlo. Hemos tenido que ir a una máquina para hacer el check-in —eso sí que lo había hecho alguna vez— y luego, a otra en la que depositar la maleta poniendo tú mismo la etiqueta. Vamos, que hemos sido trabajadores de Scoot durante 10 minutos. Lo curioso es que la persona que nos ha echado una mano —no sabíamos como había que colocar la etiqueta y es algo demasiado serio como para tirar una moneda al aire y lo que salga— tendría como 70 años. En España tenemos que ayudar a los «senior» y en Singapur son ellos los que nos ayudan a los jóvenes. ¿Tendrá algo que ver su contrastado sistema educativo?
La espera
Teníamos unas seis horas de espera hasta el vuelo —estar en el aeropuerto era mejor idea que quedarnos vagabundeando por la ciudad y su calor— y habíamos pensado en la posibilidad de ir a un lounge. Al final lo hemos descartado porque el aeropuerto en sí ya ofrecía lugares cómodos donde esperar y con el dinero que costaba el lounge podíamos cenar lo que quisiéramos —el lounge ofrece buffet libre de comida y bebida pero difícilmente íbamos a amortizarlo—.
El aeropuerto de Singapur tiene muy buena fama en cuanto a entretenimiento pero con un pequeño detalle: ese entretenimiento no está en las terminales. Si pasas el control de pasaportes solo tienes tiendas, tiendas y más tiendas. Y una oferta hostelera ridícula. Hemos acabado cenando en el Burger King.
Una vez cenados, ya solo ha quedado esperar. Mañana, a las dos de la mañana, embarcamos.