3 de noviembre de 2024. Nuevo día en Buenos Aires. Parece que mi cuerpo ya se ha adaptado totalmente al horario y vuelvo a dormir a pierna suelta toda la noche. Al despertar, el sol ya empujaba por la ventana, pero, según la aplicación del tiempo, iba a ser un día algo más frío; nadie nos íbamos a quejar de eso después del tórrido día de anteayer.
Hoy sí hemos podido “disfrutar” del desayuno. De las cuatro noches en Buenos Aires solo vamos a poder aprovechar dos desayunos. Uno ya lo sabíamos, el de ayer fue sorpresa. El desayuno no es que esté mal del todo, pero el café es imbebible; siendo tantos argentinos descendientes de italianos me ha sorprendido mucho la mala calidad de su café. La repostería no está mal.
Camino a Caminito
La primera visita del día ha sido a Caminito, el famoso callejón del barrio de La Boca. Gracias a llegar a primera hora de la mañana lo hemos podido disfrutar sin apenas gente; al parecer, habitualmente, debe haber grandes aglomeraciones.
Este pintoresco callejón se caracteriza por sus casas pintadas de alegres colores con muñecos en los balcones. Como no, los motivos futbolísticos son mayoría. Caminito no es muy grande, al menos su parte turística, por lo que el paseo ha sido corto. Los conventitos —una especie de patios con su historia— y las tiendas estaban aún cerradas.
Algo más de historia
Hemos pillado el colectivo —autobús urbano— para ir hasta la plaza de Mayo; por poco porque como no sabes cuánto te va a costar el trayecto hasta que se lo dices al conductor, no sabíamos si teníamos saldo suficiente. La mañana era especialmente soleada, por lo que la plaza de Mayo estaba llena de luz y de gente. Cuando hemos llegado el sol ya estaba bien alto, por lo que las fotos han salido mucho mejor que las del primer día.
En las inmediaciones de la plaza queríamos hacer dos visitas: la primera al edificio del Cabildo de Buenos Aires, y, la segunda, al museo de la Casa Rosada. Ambos museos enfocados, de nuevo, a la historia de Argentina pero con temáticas distintas.
El edificio del Cabildo de Buenos Aires fue la sede de las primeras reuniones en 1810 que, a los pocos años, dieron lugar a la independencia de Argentina en 1816. Además de ser un edificio de una transcendencia histórica importante, es un simpático edificio que me ha recordado mucho al estilo de los edificios antiguos en las Canarias.
Por otra parte, el museo de la Casa Rosada alberga una colección de objetos que pertenecieron a los distintos presidentes que ha tenido Argentina desde de su independencia. De por sí, eso ya hace bastante curioso a este museo, pero además es que se encuentra situado sobre las ruinas del antiguo edificio de aduanas; la pena es que apenas queda nada de aquel edificio, pero gracias a una reconstrucción virtual te puedes hacer una buena idea de como era. Como yo no estoy especialmente interesado en temas políticos, este es el museo que menos me ha gustado, aunque reconozco que merece la pena visitarlo. Además, como todos los museos públicos de Buenos Aires, este también es gratis.
Comida y paseo
Nada más salir del museo de la Casa Rosada hemos ido a comer. Tampoco es que hayamos pensado mucho, por lo que hemos terminado comiendo en una cadena de hamburgueserías argentina: Mostaza. La verdad es que, aun sabiendo que era comida rápida, me ha defraudado. Al ser argentina me esperaba algo más de calidad que, por ejemplo, en McDonald’s.
Estábamos en la diagonal norte, por lo que subiendo hemos llegado en unos pocos minutos al famoso obelisco de la avenida del 9 de julio. En el camino hemos parado a cambiar euros por pesos; sigo sin entender qué chanchullos hay en este país para que el cambio no oficial —en una agencia de viajes perfectamente legal— sea casi un 17% mejor que el cambio oficial.
En la plaza de la independencia —sí, casi todo en Buenos Aires gira en torno a su independencia— se encuentra el obelisco que se construyó como recuerdo del 400 aniversario de la primera fundación de Buenos Aires. Es realmente grande: su base es de 7 x 7 metros, su parte alta de 3,5 x 3,5 metros y su altura de 64 metros. No está mal. Para más simbolismo, se encuentra en la avenida 9 de julio, que hace referencia al 9 de julio de 1816, día de la independencia de Argentina.
A pocos minutos de la plaza de la independencia hemos visitado por fuera el museo Colón, probablemente el más importante del país.
El Ateneo Grand Splendid
Aún nos quedaba una última parada en nuestro recorrido, y no era una visita cualquiera: hemos ido a la famosa y espectacular librería de El Ateneo Grand Splendid. Ya era hora de visitar una buena librería en este viaje; aunque en realidad sí que entramos en una el primer día, aunque fue casi entrar y salir.
El Ateneo es una inmensa librería situada en el antiguo teatro Grand Splendid. Teatro y libros, ¡no puede haber mejor combinación! He visto cientos de librerías en mi vida, pero hay que reconocer que ninguna como esta. Hemos perdido la noción del tiempo, cosa que suele pasar en las librerías. Diría que tranquilamente hemos estado dos horas entre recorrer todas las estanterías y tomarnos un café en lo que en su día fue el escenario. Al final me he comprado un par de libros: un diccionario sobre coloquialismos de español rioplatense y otro de literatura de viajes de una escritora argentina.
Como he contado estos días, los precios en Argentina me parecen una absoluta locura. Son, como mínimo, como en España o más altos. Sé que hay una crisis inflacionaria detrás que, seguramente, sea artificial y esté beneficiando a los mismos de siempre. Que un restaurante sea caro, pues oye, molesta, pero al final es algo que está bien lejos de ser algo necesario. Que los libros sean dos o tres veces más caros que en España, donde tampoco diría que son baratos ya de por sí, me parece que debería ser considerado como un delito. Los libros no son un lujo, los libros son una puerta de entrada a la libertad personal. Si cierras el acceso a los libros lo haces también a la libertad. Claro, leyendo mis propias palabras, acabas pensando que a lo mejor es lo que quieren esas minorías que lo controlan todo.
Rematando el día
Mañana volamos al sur, a El Calafate, y tenemos que levantarnos muy temprano. Tan temprano que más que dormir vamos a echar una siesta larga. Por ello hemos vuelto temprano al hotel para cenar, preparar las maletas —las más grandes las vamos a dejar en el hotel porque volveremos en unos días— y echarnos a dormir. Mañana será un día duro, pero espero que espectacular.