La semana pasada fue mi cumpleaños, pero cayó en día laborable. Aunque uno siempre intenta hacer algo especial esos días, cuando cae en día laborable es un poco más complicado. Algo que siempre se puede hacer es traspasar la celebración al siguiente día festivo que se tenga. Justo eso es lo que hice. ¿Y qué mejor forma de celebrar un cumpleaños que viajando?
A pesar de ser verano, mis vacaciones aún quedan lejos, pero por suerte todas las semanas tienen fines de semana que, bien aprovechados, son como minivacaciones. Buscando qué podríamos hacer el fin de semana de la semana de mi cumpleaños, vi que una opción era hacer una pequeña escapada a alguna ciudad europea.
Buscando destino y armando el viaje
Al final, el destino elegido fue Dublín, capital de Irlanda; el único de los países de Europa occidental que aún no había visitado. Pero surgió un problema. Desde hace tiempo los precios de la hotelería de determinadas ciudades europeas se están volviendo un disparate. Me negaba a pagar 300 € la noche.
Di una vuelta al fin de semana y lo planteé de la siguiente manera: fin de semana en Barcelona con excursión de un día a Dublín. Llegaríamos el viernes por la tarde —después de trabajar, llegaríamos en torno a las 17:00— a Barcelona con tiempo suficiente para disfrutar de una agradable tarde de librerías, el sábado volaríamos muy temprano a Dublín y regresaríamos casi a medianoche, y el domingo lo tendríamos entero para estar en Barcelona.
Los hoteles en Barcelona también son un disparate. Eso sí, en cuanto sales de Barcelona y te alojas en ciudades próximas como El Prat, Cornellá, Badalona, etc. los precios son mucho mejores. Al final, estás a 10-20 minutos del centro de Barcelona en coche —o incluso en transporte público—.
Mi día en Dublín
3:25, suena la alarma. Querer aprovechar bien el día siempre implica una cosa: dormir poco. Hasta para mí que siempre me despierto a las 6:00, despertarme a esa hora es un poco pronto. Aunque sea temprano salir de la cama no me cuesta nada, las ganas de comerse el día son mayores que las de seguir durmiendo.
Tras ducharnos y desayunar en la habitación —estrenábamos una máquina de café portátil—, pusimos rumbo al aeropuerto. Estábamos a menos de 10 minutos del aparcamiento de la T2 del aeropuerto de Barcelona. Conducir a esas horas es un placer.
Ya en el aeropuerto, misma rutina de siempre: aparcar —una de las veces que más cerca he podido aparcar de la terminal—, pasar el control de seguridad —no puedo entender que hubiera tantos escáneres apagados habiendo tanta gente— y esperar a embarcar. Una cosa mala de los vuelos tan tempranos —el avión salía a las 5:55— es que las salas VIP —sala Canudas— están aún cerradas, incomprensible. Sabiendo esto, llegamos con menos tiempo de antelación de lo habitual y así apenas tuvimos que esperar para embarcar.
Vuelo y llegada a Dublín
El embarque se realizó sin contratiempos y el vuelo salió, más o menos, en el horario previsto. Algo que me encanta de los vuelos tempranos es que la gente se queda dormida —yo también eché una cabezadita después de leer un buen rato— y suelen ser vuelos muy tranquilos; sin gente hablando como si se hubieran tragado un altavoz.
Nada más desembarcar, y pasar el control de pasaportes —en Barcelona también tuvimos que pasarlo, supongo que será porque la frontera de Irlanda con Irlanda del Norte está abierta y esta no pertenece al espacio Schengen—, nos dirigimos a la parada de autobús de National Espress. Ya había comprado los billetes hacía semanas y mirado donde estaba la parada exactamente; fue llegar y subir al autobús.
El trayecto desde el aeropuerto hasta el centro de Dublín —Puente O’Connell— duró apenas media hora y fue bastante agradable. El autobús era nuevo y ofrecía servicio de Wifi —con buena velocidad— y USB de carga.
Comienza la visita
Habíamos reservado un mal llamado freetour —debería llamarse typtour, ya que se basa en las propinas— a las 10:00 que salía desde The Spire, es decir, justo al lado de donde habíamos dejado el autobús. Como aún eran las 8:30, teníamos tiempo para tomar un café y un bollo. Dicho y hecho.
En la misma calle de O’Connell hay infinidad de bares y restaurantes de comida rápida que sirven café. Nosotros nos decidimos por una cafetería que tenía muy buena pinta: Guud Day. No sé cómo serían los demás, pero este nos encantó. Pedimos un par de cafés latte con un brownie y un trozo de bizcocho —no recuerdo el nombre ni de qué estaba hecho— y nos pusimos en una mesa junto a un ventanal que nos permitía ver el soleado día que nos brindaba Dublín.
Después de reponer fuerzas —bueno, acumular porque lo que es gastar aún no habíamos gastado mucho—, aún quedaba algo de tiempo hasta el comienzo del tour. ¿Y qué mejor que visitar una librería para hacer tiempo? Irlanda es país de escritores y se nota en la cantidad y calidad de librerías que hay. Fichamos un par de libros que nos interesaron, pero no los compramos. La idea era volver por la tarde y no tener que cargarlos todo el día; o por si encontrábamos algo aún mejor en otra librería.
Typtour
Faltaban pocos minutos para las 10:00, así que fuimos al punto de encuentro para comenzar el typtour. El registro fue rápido y empezamos, más o menos, puntuales.
Una de las cosas que más me gusta de viajar es estudiar sobre el destino que voy a conocer. En esta ocasión, además de leer los correspondientes artículos de Wikipedia sobre Irlanda, Dublín, el IRA, el Alzamiento de Pascua del 1916, etc. leí Canta Irlanda de Javier Reverte y la típica guía de turismo. Gracias a ello disfruto mucho más de las explicaciones en los tours y en las visitas a los monumentos y museos.
Sin saberlo, el tour se torció nada más empezar. El guía preguntó a quién le gustaba la historia y parece ser que solo nos interesaba a nosotros. No entiendo muy bien para qué viaja la gente si no está interesada en la historia de los sitios que visita… El caso es que por culpa de esto —al menos fue nuestra teoría—, la calidad de las explicaciones fueron algo flojas respecto a lo que suele ser habitual en este tipo de tours.
A lo largo del recorrido —duró algo más de dos horas— visitamos los principales atractivos turísticos de Dublín: Trinity College, el castillo, el barrio de Temple Bar, el jardín de Dubh Linn, la catedral de la Santísima Trinidad de Dublín, la catedral de San Patricio, etc. Por suerte, y gracias a mi labor previa de estudio, conocía perfectamente estos puntos y al menos sabía lo que estaba viendo.
Hora de comer
Al final del tour, el guía comentó un poco sobre los horarios de comidas de los dublineses y sobre las comidas más típicas. Como ya eran casi las 12:30, y justo terminamos el recorrido delante de unos de los más de 700 pubs de la ciudad, entramos a comer. El pub se llamaba Lundy Foot’s y cuando preguntamos por él al guía nos dijo que sí, que era muy recomendable.
Sin duda, el Lundy Foot’s resultó ser un acierto —aunque intuyo que es relativamente fácil acertar en Dublín—. El lugar en sí era como lo que uno puede imaginar al pensar en el típico pub irlandés: poca luz, mucha decoración, mucha madera, música, etc.
El guía había comentado que una de las comidas más típicas es el irish stew —estofado de cordero—, así que, aunque la carne guisada no está entre mis favoritas, nada más verlo en la carta ya estaba decidido. Y menos mal que no me lo pensé mucho. Fue simplemente espectacular. Un plato que sería capaz de comer todos los días. Sencillo —cordero, patata, zanahoria y poco más— pero supersabroso. Para rematar la comida, pedí un crumble de manzana. Casi se me saltan las lágrimas de lo bueno que estaba; me recordó mucho a los strudel de manzana que suelo comer en las pistas de esquí austriacas.
Todo el festín —mi mujer se pidió un fish & chips estupendo, según me dijo— salió por unos 50 €, que para estar en el centro de Dublín en el barrio más famoso de Irlanda —Temple Bar—, no me pareció caro; aunque es verdad que en España se ha puesto todo tan caro que ha hecho “baratos” a los países históricamente más caros.
Paseo y compras
Nuestro autobús de regreso al aeropuerto salía pasadas las cuatro de la tarde, así que aún teníamos casi tres horas para seguir nuestro paseo por Dublín.
A lo largo del recorrido de la mañana, realmente ya habíamos visitado los puntos turísticos más importantes de la ciudad. Aún así, alguno nos interesaba verlo con más tranquilidad. Un punto negativo de este tipo de visitas express es que no te da tiempo a visitar museos o entrar en sitios que requieran cierto tiempo, como en las catedrales.
Decidimos dar una vuelta más tranquila por el barrio de Temple Bar, ya que es bastante simpático. Las calles estaban llenas de gente y los pubs a rebosar —el de la comida estaba medio lleno gracias a estar un poco apartado del centro del barrio—. Sin lugar a dudas se trata de un barrio muy fotogénico. Poco a poco fuimos atravesando el barrio de oeste a este hasta llegar a la puerta del Trinity College.
Entrar al Trinity College es gratuito, pero no así entrar en sus edificios. Tal vez el más famoso es su biblioteca, donde se encuentra el libro de Kells. En mi estudio previo de Dublín vi que la biblioteca era bastante curiosa, pero como sucede con todo lo que toca el turismo, se ha ido de madre. La entrada costaba 25 € y, la verdad, es que gastar ese dinero para verla con prisas no creímos que mereciera la pena —tal vez no mereciera la pena ni llendo despacio—. Eso sí, disfrutamos de un paseo por el college, entramos en la una tienda de regalos donde los precios estaban un poco fuera de lugar —sobre todo cuando veías que todo era made in China— y descansamos un poco en un banco bajo la sombra de un árbol.
Aún teníamos algo más de una hora, así que decidimos ir a la librería que habíamos estado por la mañana y a una tienda de ropa de lana de Aran que también habíamos visto por la mañana. Yo me compré un libro de irlandés para mi colección de libros de idiomas y un estupendo jersey de lana de Aran hecho en Irlanda, ¡qué pena que falte tanto para el invierno!
Regreso
El autobús de regreso al aeropuerto paraba en la misma parada donde nos había dejado por la mañana. Llegamos un poco pronto y llegó el autobús anterior al que queríamos, pero para sorpresa de todos, no nos permitió subir. No pasaba nada porque íbamos con tiempo. Además, ya nos habían informado de que el vuelo iba con retraso. Al final estuvimos esperando más de media hora, pero el autobús llegó y comenzó el trayecto de vuelta al aeropuerto.
Consultando la página web del aeropuerto de Dublín, ya había visto hace unos días que recomendaban llegar con tres horas de adelanto. Nada más llegar supimos por qué. ¡Qué control de seguridad más ineficiente! Tranquilamente tardamos más de media hora en pasarlo.
Con el control de seguridad ya pasado, fuimos directos al «Terminal 1 lounge». Nos esperaban dos horas de retraso más las otras casi dos horas de adelanto respecto a la salida programada del vuelo. La verdad es que en estas salas esperar no es problema: tranquilidad, buenos sillones, buffet libre de comida y bebida, etc. No se puede pedir mucho más.
Al final, con algo más de dos horas de retraso, subimos al avión que nos llevaría de regreso a Barcelona, dando fin a nuestro magnífico día en Dublín.