Tromsø

Tromsø, la llamada capital del Ártico, es la ciudad más grande del norte de Noruega, y la segunda de toda la región de Laponia. A más de 300 km al norte del círculo polar ártico, se nos presenta como la entrada al ártico y se promociona así misma como uno de los mejores lugares donde poder ver las famosas auroras boreales. Además, gracias a estar dentro del círculo polar ártico, disfruta —o sufre, dependiendo de cada uno— de la noche polar —el sol nunca sale— en invierno y del sol de medianoche en verano —el sol nunca se pone—.

Gracias a una excepcional política en materia de educación, Tromsø ha atraído durante años a gran cantidad de población joven seducida por la posibilidad de estudiar gratis —por desgracia, las condiciones han cambiado y ya no es gratis para todo el mundo—, algo que queda patente a simple vista cuando uno camina por sus calles. Esta circunstancia ha dado como resultado una vibrante sociedad multicultural.

Si a todo esto sumamos un entorno de ensueño donde la naturaleza se desborda por todos los costados, parece que sobran los motivos para visitar esta simpática ciudad noruega, que podríamos dividir en tres zonas más o menos diferenciadas desde el punto de vista turístico: Storgata —calle mayor—, puerto y zona continental.

Storgata

Es, tal vez, la calle que más nos introduce en la arquitectura ártica: calle relativamente larga, recta y con pequeños edificios de madera y colores a sus lados. En mi visita, además, estaba todo nevado, carretera y aceras incluidas —los crampones en seguida se convierten en tus mejores amigos—, y la noche polar apenas dejaba paso en el cenit del día a un tímido crepúsculo. En esta calle, y en sus perpendiculares, encontramos los principales atractivos turísticos de la ciudad: la catedral, el ayuntamiento, la biblioteca pública —unida al ayuntamiento—, etc. Y, por supuesto, la oficina de turismo, punto clave en cualquier visita a cualquier ciudad.

Como suele ocurrir en las ciudades muy turísticas, muchos de los comercios de esta calle están dedicados a la venta de productos de recuerdo hechos en el extranjero; en China, para ser más exactos. Si uno se molesta en buscar, encuentra alguna tienda con la garantía sami, es decir, comercios en los que un gran porcentaje de los productos son de origen sami; comprando en estos comercios, no solo te llevas un recuerdo genuino, sino que, además, apoyas proyectos locales que ayudan a mantener la cultura sami.

El puerto

Abandonando el bullicio de la Storgata, uno puede darse un tranquilo paseo a lo largo del puerto. Gracias a la corriente del golfo de México —o por culpa de ella—, el mar nunca se hiela en la costa atlántica de Noruega por lo que, incluso en pleno invierno, en el puerto de Tromsø no verás el mar helado; una pena desde el punto de vista romántico, pero una alegría desde el punto de vista de la industria pesquera noruega.

El puerto de Tromsø es irregular, no se trata de un muelle recto y listo. Hay una parte que podríamos llamar moderna —por no decir fea— en la que simplemente hay edificios modernos. En cambio, hay otra parte donde sí surge la magia. Se trata de una zona con edificios de los que uno espera encontrar en el círculo polar ártico, similares a los de la Storgata. Son edificios de madera, generalmente antiguos edificios de pescadores, como en el caso del edificio que alberga el museo polar.

En el transcurso de tu paseo por el muelle encontrarás simpáticas cafeterías como la histórica Kaffebønna, donde podrás descansar y ver la vida pasar a través de sus enormes ventanales, tomando uno de los mejores cafés de la ciudad junto con un delicioso bollito de canela.

Parte continental

Aunque el alma de Tromsø se encuentra en la isla de Tromsøya, uno no puede dejar de visitar la parte continental. Una de las mejores formas de cruzar allí es a pie a través del gran puente de Tromsø —más de un km de longitud— que une ambas partes salvando el estrecho de Tromsøysundet.

Sin lugar a dudas, en esta zona hay dos principales: la mal llamada catedral del ártico y el mirador del Storsteinen.

La llamada catedral del ártico es, en realidad, una simple iglesia luterana llamada Tromsdalen, aunque su llamativa arquitectura hace pensar en que se trata de un edificio más importante. Previo pago se puede visitar su interior, aunque si tan solo tienes curiosidad de ver cómo es por dentro, te puedes asomar por sus cristaleras y verlo.

Si vas a la oficina de turismo te dirán que debes ir sí o sí al Storsteinen, curiosamente son ellos quienes venden los pases del teleférico. Se trata de un mirador desde el cual podrás ver la ciudad y las montañas que la rodean y, si tienes suerte, tal vez de regalo puedas observar alguna aurora boreal; aunque desde luego no es el mejor sitio para ello. Como buen mirador, está en lo alto de la montaña. Para subir allí tienes dos opciones, subir tranquilamente andando —hay unas cuantas escaleras— o bien, lo que hace la mayoría de los turistas que no quieren quemar sus preciadas calorías, subir en el teleférico; eso sí, no van con bromas en el precio.

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