3 de diciembre de 2023. Hoy hemos empezado un nuevo viaje. Desde que terminamos la vuelta al mundo exprés a principios de octubre de este año no habíamos vuelto a salir de viaje de turismo —por suerte sí por razones laborales—.
Este viaje —en formato escapada— va a ser de tan solo tres días, pero nos va a llevar a conocer dos nuevas ciudades —y países— capitales de estado a las que teníamos muchas ganas: Tallin (Estonia) y Helsinki (Finlandia).
Tal vez lo primero que se le viene a uno a la cabeza al oír el destino del viaje es: ¿viajar a los países bálticos en diciembre es una buena idea? No es mala pregunta. Pues, como todo en la vida, tiene su lado bueno y su lado malo: por una parte, están los inconvenientes del frío y de las pocas horas de luz y, por otra parte, están las ventajas de no estar en temporada alta —por lo tanto, no estar todo tan lleno de turistas— y de poder disfrutar de los paisajes invernales que tanto nos gustan.
Comienza el viaje
Una vez más, el viaje ha empezado en el aparcamiento del aeropuerto de Barcelona, donde hemos dejado el coche.
En la terminal todo ha ido como es habitual en un vuelo dentro de la zona Schengen: control de seguridad y a las puertas de embarque.
Como era mediodía y el vuelo FR9913 de Ryanair no salía hasta las 16:20, hemos decidido comer allí mismo. Aunque en la terminal 2 hay varias opciones de restauración, uno no deja de tener la sensación de que solo hay dos opciones: comida rápida a un precio razonable o comida rápida cara. Vamos, que hemos comido comida rápida a un precio razonable.
Entre comer, un café, ver el biatlón en el móvil —final de infarto en Jeanmonnot y Preus en la persecución femenina— y cargar la batería del móvil, se nos ha hecho la hora de embarcar.
Esta vez el embarque ha sido algo peculiar, ya que yo tenía prioridad al haber comprado el derecho de llevar dos bultos —el grande compartido porque no hacía falta llevar dos bultos cada uno— y mi mujer no. Tampoco teníamos asientos contiguos —bromas del capitalismo de los tiempos que corren—, así que nos hemos despedido en la puerta de embarque hasta Tallin y cada uno se ha ido a su fila —aunque me ha podido saludar fugazmente al pasar por mi asiento—.
Vuelo de Barcelona a Tallin
Aunque con 37 minutos de retraso, el vuelo ha salido sin mayores complicaciones.
Al ser un vuelo de bajo coste, por supuesto, no había comida incluida —ojo que no es una crítica, es un hecho—. También es cierto que para el tipo y calidad de comida que ofrecen este tipo de compañías, mejor guardarse el dinero para comer algo decente una vez llegados al destino. Aún tengo pesadillas con la comida de Level —último vuelo en el que decidí pagar por la comida—.
Llegamos a Talín
Tras 3h 39′ de vuelo, hemos llegado al aeropuerto de Tallin.
Aunque existía alguna opción de transporte público, entre que estaba cayendo una buena nevada y que ya eran casi las diez de la noche —en Estonia es una hora más que en España—, hemos decidido seguir el plan inicial y coger un Uber —el plan inicial era coger un Bolt, pero estaba más caro en ese momento— para ir directos al hotel.
Hemos llegado al hotel —nos habían dado los códigos de entrada porque ya habíamos avisado de que llegaríamos fuera del horario de recepción—, hemos dejado los bultos y hemos salido a cenar. Por suerte, y a pesar de ser domingo, había varios sitios abiertos.
Después de cenar nos hemos ido directos al hotel a dormir, que mañana será un gran día de descubrimiento de Tallin —por lo poco que hemos visto al ir a cenar tiene una pinta espectacular—.