
Declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO desde 1986, como su propio nombre indica, las cataratas del Iguazú se encuentran en el río Iguazú, nombre guaraní que significa “agua grande”; desde luego no podría ser un nombre más acertado.
El río Iguazú, en esta región, ejerce como frontera natural entre Argentina —Provincia de Misiones— y Brasil —estado de Paraná—; debido a ello, si uno quiere visitar las cataratas al completo tiene que hacer un pequeño viaje internacional. Las cataratas están formadas por 275 saltos de agua —el 80% de los cuales están en Argentina y el 20% restante en Brasil—, de los cuales el más alto —Garganta del Diablo— tiene una caída de 1.900 m. El caudal medio supera los 1.700 m³/s, es decir, con él podríamos llenar casi 2.500 piscinas olímpicas cada hora.
Cuando uno va a visitar las cataratas del Iguazú le sobreviene una pregunta: ¿qué lado es mejor, el argentino o el brasileño? Realmente no hay una respuesta sencilla, y, aunque es la respuesta más obvia, lo mejor es visitarlas desde los dos lados. Es algo habitual, y, de hecho, hay muchos operadores turísticos que ofrecen ambas visitas en el mismo día; algo que no es descabellado y se puede hacer tranquilamente sin ir con prisas.
Lado argentino

Cuando uno llega al Parque Nacional Iguazú (Argentina) no puede evitar tener la sensación de haber llegado a otro sitio turístico más: largas colas para comprar la entrada, instalaciones que desde luego ocultan cualquier atisbo de naturaleza salvaje, y, para colmo, lo primero que tienes que hacer es subirte al típico tren turístico donde todo el mundo ve lo que le rodea a través de la cámara de su móvil. Por suerte, y casi sin aviso, todo cambia y te sientes pequeño ante lo que tienes delante de ti.
Una vez dentro del parque, la visita es libre. Puedes ir donde quieras, tantas veces quieras. En mi visita lo primero que hice fue pillar el llamado Tren Ecológico de la Selva hasta la estación Garganta del Diablo. Aunque en un principio parece algo de turista medio —con todos mis respetos—, hay que reconocer que el trayecto es bastante placentero. En un lugar donde siempre hace calor y humedad, sentir el aire en tu cara rodeado de naturaleza es algo que, desde luego, se agradece.
La Garganta del Diablo

En la visita argentina, las pasarelas son las grandes protagonistas. Sin ellas la visita no sería lo mismo. También, gracias a ellas, tomas consciencia del descomunal caudal que lleva el río Iguazú. No son pocos los restos de antiguas pasarelas que puedes ver a lo largo del recorrido, todos ellos abandonados a su suerte tras crecidas extraordinarias en las que el río reclamó lo que siempre ha sido suyo.
Al bajar del tren toca andar un poco hasta llegar al, tal vez, salto más famoso: la Garganta del Diablo. No sabría decir cuánto tiempo lleva recorrer la pasarela, pero a mí, desde luego, se me hizo corto. Mientras andas, no sabes a donde mirar, el paisaje es sublime, y, lo mejor de todo, es que no sabes que el espectáculo apenas acaba de empezar. Vas andando por encima del agua, a poca distancia de esta, alejándote poco a poco de la orilla y metiéndote cada vez más en el río. Rápidamente, llama la atención el desnivel de la orilla, sin duda testigo de momentos de mayor caudal. El verde de la vegetación, el rojo de la tierra, el marrón del agua y el azul del cielo nos pintan un cuadro perfecto.
Cuando estás llegando a la Garganta del Diablo no hace falta ningún cartel informativo, la columna de agua en suspensión la delata. El mirador es sencillamente espectacular. No solo permite ver el salto en sí, sino que observas perfectamente cómo, tras calmarse, las aguas continúan su camino al encuentro del río Paraná, pocos kilómetros más abajo, como si no hubiera pasado nada.
Circuito superior

Aunque hay dos circuitos —el inferior y el superior—, en mi visita —octubre de 2024— tan solo era accesible el superior. Al parecer, hace tiempo que una crecida se llevó por delante parte del circuito inferior y aún no hay previsiones de reapertura; es una pena porque realmente te estás perdiendo buena parte del recorrido.
Para llegar al comienzo de este circuito hay que tomar de nuevo el tren y bajar en la estación Cataratas. De nuevo, el pequeño trayecto se agradece tras la espera en la estación; aunque hay que reconocer que la espera la ameniza el tremendo espectáculo de mariposas que hay en la estación.
El circuito superior tiene una longitud de casi 2 km. Depende de cómo te quieras tomar la visita, puede que lo recorras en poco más de media hora o, como sería lo recomendable, pierdas la noción del tiempo y te pares cada dos metros a observar todo lo que te rodea; luego, si eso, puedes tomar fotografías o vídeos. A lo largo de todo el circuito estás en contacto directo con los saltos de agua, algo que tal vez no sea la mejor situación para verlos en su plenitud, pero que sí que te permite mesurar la inmensidad del lugar.
Aunque a lo largo del circuito en muchos momentos te encuentras sobre los saltos, en determinados lugares —sobre todo al principio— la vegetación se abre y te descubre un paisaje paradisíaco: altos saltos de agua por todas partes —que en muchas ocasiones se dividen en varios saltos más pequeños— caen elegantemente sobre una densa vegetación que ni siquiera te da la oportunidad intuir el suelo.
Lado brasileño

Como no podría ser de otra forma, el lado brasileño también está dentro de un parque nacional, en concreto del parque nacional do Iguaçu. Las cataratas se encuentran relativamente lejos de la entrada al parque, por lo que uno tiene que recorrer varios kilómetros en coche hasta comenzar el recorrido. La carretera, en perfectas condiciones, tiene el límite de velocidad muy bajo por la alta probabilidad de encontrarse con fauna salvaje. Durante mi visita no hubo mucha suerte y tan solo vi un precioso tucán, que no es poco.
El recorrido

El lado brasileño es bastante más sencillo comparado con el argentino. No hay tren, no hay distintos circuitos, apenas hay nada de restauración… Se podría describir como un simple sendero hormigonado —con alguna pequeña pasarela— que se recorre en una única dirección y en el cual hay, de vez en cuando, miradores. La gran diferencia con el lado argentino —la diferencia que lo cambia todo— es que desde Brasil tienes delante de ti las cataratas; en Argentina estás sobre ellas. Créeme si te digo que es tal vez lo más espectacular que he visto en mi vida.
Nada más empezar el recorrido, uno se encuentra justo frente a los circuitos argentinos. Si bien en Argentina te sorprende la fuerza de las cataratas, aquí es su belleza la que te impacta. Es imposible no quedarse embobado admirando tamaño espectáculo. Te sientes pequeño y abrumado. Te sientes feliz. Sabes que estás en un sitio turístico y que estás rodeado de mucha más gente, pero si te dejas seducir por la belleza llegas a sentirte solo.
Avanzando por el recorrido, empiezas a ver al fondo una especie de circo gigantesco por el que se desborda el agua por todas partes. Al principio puede llegar a costar un poco reconocerla, pero es nuestra vieja amiga, la Garganta del Diablo. ¡Qué diferente se ve todo desde este lado! Si tienes la suerte de realizar esta visita al atardecer, las cataratas te regalarán un espectáculo de luces increíble gracias al agua en suspensión y a los rayos del sol cada vez más horizontales.
Desde este punto ya solo queda subir hasta el final del recorrido con el ascensor paronámico. No es que sea la mejor parte de la visita, pero nos lleva justo al lado de unos de los saltos más grandes de este lado; y tal vez una de las imágenes más reconocibles de las cataratas.