
Cuando uno pasea por las calles de Bagnères-de-Bigorre, aunque desconozca por completo su pasado, en seguida se da cuenta de que esta ciudad tuvo una época dorada que, sin llegar a sentirse perdida del todo, quedó atrás.
Hermosos edificios de mármol y madera —en su mayoría bien conservados—, junto con las impresionantes Grandes Termas —aún en funcionamiento—, son testigos del extraordinario pasado termal de la ciudad. Por otra parte, si uno se aleja algo del centro, no tarda mucho en ver los vestigios de su pasado industrial, como las vías engullidas por el asfalto que un día condujeron a las fábricas de la ciudad.
Ciudad termal
Ya apreciadas en la antigüedad, y recuperadas por Juana de Albret —reina de Navarra y madre de Enrique IV—, las cálidas aguas de Bagnères-de-Bigorre atrajeron a una multitud de aristócratas, artistas y escritores del siglo XVII.
En el siglo XIX, la ciudad contaba con cerca de 40 manantiales minerales, explotados en las Grandes Termas —construidas en 1828—, y en una docena de baños privados. Este auge propició la construcción de nuevos edificios para satisfacer las expectativas de la clientela: casinos, espectáculos y establecimientos de entretenimiento, villas termales erigidas por turistas adinerados, etc.

Durante diferentes períodos, prestigiosas personalidades fueron a probar las virtudes de las aguas termales de Bagnères-de-Bigorre o simplemente a descubrir la ciudad. Juana de Albret, reina de Navarra de 1555 a 1572, estuvo en Bagnères-de-Bigorre en varias ocasiones para tratar sus bronquios. Su hijo, el futuro rey Enrique IV, regresó allí en 1581 acompañado de su esposa Margarita de Valois. Casi un siglo después, la ciudad recibió al joven duque de Maine, hijo de Luis XIV, y a su institutriz, Madame de Maintenon.
Si bien la aristocracia tuvo una influencia notable en el desarrollo del termalismo, los círculos intelectuales también contribuyeron a la reputación del balneario. Ya en 1578, el filósofo Michel de Montaigne visitó Bagnères-de-Bigorre, ciudad que elogió en sus ensayos.
Después de la Revolución francesa, el termalismo no quedó en suspenso. Aristócratas, artistas y escritores continuaron con sus visitas y estancias en la ciudad. Cabe destacar al naturalista Louis Ramond de Carbonnières, uno de los primeros grandes exploradores de los Pirineos, que vivió allí entre 1795 y 1800.
El termalismo en la época romántica
A principios del siglo XVIII, el termalismo conoció un auge sin precedentes con el nacimiento del Romanticismo. Basado en una estética de la emoción y en la percepción de la naturaleza como espejo del alma, este movimiento cultural surgió como reacción al clasicismo y a la racionalidad de la Ilustración. En este contexto, las ciudades balnearias, especialmente las de montaña, se volvieron imprescindibles. Una ciudad como Bagnères-de-Bigorre, que propiciaba el acercamiento del ser humano y la naturaleza, constituía un marco ideal para los románticos.
La montaña ya no es temida y pasa a ser un objeto de fascinación. Aventureros, escritores y novelistas la redescubren y lo plasman en sus relatos o grabados, participando así en la instauración de la dimensión casi mítica de las estaciones termales pirenaicas.
Las villas termales
A partir de finales del siglo XVIII se construyeron en Bagnères-de-Bigorre villas excepcionales. Pertenecían a propietarios adinerados que se alojaban allí en familia durante los meses de verano con todo su personal. Si bien permitían a los residentes escapar del bullicio de la ciudad por un tiempo y descansar un poco, las residencias de vacaciones también eran lugares de sociabilidad. Allí se organizaban suntuosas cenas a las que se invitaba a la alta sociedad.
Más que simples alojamientos, eran lugares de apariencia y, a través de su arquitectura, los propietarios exhibían su riqueza con eclecticismo. En este contexto cultural romántico se estableció una arquitectura derivada de lo pintoresco y lo vernáculo. Torres redondas, cuadradas o poligonales se incrustan en los edificios principales, evocando los castillos de la época medieval y renacentista. Los chalets o villas-chalet de inspiración suiza se extendieron, sobre todo en el barrio de Vergés hacia 1860. De moda en los lugares de vacaciones, con sus tejados en voladizo realzados por lambrequines y sus barandillas de madera caladas, contrastan con las villas termales de inspiración clásica.
Ciudad industrial
Además de su actividad termal, la localidad experimentó un significativo desarrollo industrial en el siglo XIX con la explotación de canteras de mármol, la tejeduría, la fabricación de equipos para vehículos ferroviarios y de equipos eléctricos y fotográficos. Muchas pequeñas empresas familiares fueron elevadas a estatus nacional, incluso internacional, por las nuevas generaciones, gracias a su capacidad de innovación. Algunos nombres aún resuenan hoy en día, como Latécoère, Soulé Comet o Géruzet.
La fábrica Soulé
Situada originalmente en un antiguo molino, la fábrica Soulé se convirtió en la más importante de la ciudad en el siglo XX. En sus inicios, el taller de carpintería, una tornería creada por François Soulé en 1862, empleaba a una veintena de personas y fabricaba carretillas y carros con madera de boj, una especie local. Dominique, el hijo, no tenía aún dieciséis años cuando reemplazó a su padre, que había fallecido en 1878. Entonces decidió centrar la fabricación en los mercados de la electricidad y la fotografía, en rápida expansión. En veinte años se encontró a la cabeza de una empresa con casi doscientos trabajadores. Se crearon varios almacenes en París, Lyon, Marsella y se fundó una sucursal en Barcelona.
La empresa vendía interruptores, protectores de sobretensión y, en cuanto a fotografía, comenzó con accesorios antes de producir cámaras con trípode para turistas, cámaras de estudio para profesionales y cámaras de mano.
En 1913 la empresa entró en el sector ferroviario con las primeras carrocerías de madera para tranvías, que precedieron a los vagones metálicos y, más recientemente, a los automotores. Exportó su equipamiento a África y empleó a mil personas entre 1960 y 1980.
Durante este período, la empresa estuvo dirigida por André de Boysson, alcalde de la ciudad de 1965 a 1977 y consejero general. En 1992, la fábrica Soulé fue adquirida por la Compagnie des chemins de fer départementaux, a su vez absorbida en 2010 por el grupo español CAF.
El “tejido de los Pirineos”
A partir del siglo XVII, la industria textil se desarrolló en Bagnères-de-Bigorre, donde ya contaban con veinte fabricantes. En el siglo XVIII, estuvo presente en toda la inmensidad de Campan y dio trabajo a más de seis mil personas, especialmente mujeres, cuando no estaban ocupadas con actividades agrícolas. A partir de la lana de los rebaños de los alrededores se elaboran diversos tejidos.
Fue a finales del siglo XIX cuando apareció el “tejido de los Pirineos”, que originalmente era una lana tejida a mano y frotada con cardos para conseguir más suavidad. La idea fue retomada por el industrial de Bagnères-de-Bigorre Pierre Comet quien, para realizar un tejido flexible, resistente y cálido, combinó algodón y lana y raspó los puntos tejidos por ambos lados en un telar Rachel que combinaba el tejido de punto y el de tejido.
La pizarra de Labassère
La pizarra desempeña un papel importante en la economía local, y la cantera del municipio vecino de Labassère, la más activa de la región a finales del siglo XIX, es una de las únicas que exporta sus productos. Su pizarra, de grano liso y compacto, resistente a las heladas, es ideal para tejados. Se extrae allí desde el siglo XVI, durante mucho tiempo al aire libre —según el principio de excavación escalonada—, y a partir del siglo XX en galerías subterráneas.
Pouey: el barrio español
Situada en una zona fronteriza, la región mantiene desde hace siglos relaciones con España. A finales del siglo XIX, muchos españoles llegaron para cubrir la escasez de mano de obra en la construcción del ferrocarril o en los campos.
Más tarde, la Guerra de España marcó un episodio importante de la inmigración hispana. Desde el comienzo del conflicto en 1936, varios miles de personas encontraron refugio en Francia. En 1939, durante la última ofensiva republicana que acabó en fracaso, los defensores de la legítima República huyeron en masa de España. Se estima que más de 2.000 personas participaron en esta huída que recibió el nombre de La retirada. Aunque inicialmente las autoridades francesas, abrumadas por esta llegada masiva, los animaron a regresar a casa, algunos se unieron a la Resistencia y participaron activamente en la liberación de su tierra de asilo.
Si en 1938 había casi 4.600 españoles en el departamento de Altos Pirineos, años más tarde había más de 8.500. En la época de los Gloriosos Treinta, hombres y mujeres huyeron de la pobreza de un país devastado por la dictadura y llegaron a Francia en plena reconstrucción.
En Bagnères-de-Bigorre, la comunidad hispana se concentró en el barrio de Pouey. Acogidos por la población local, muchos españoles trabajaron en las obras del observatorio del Pic du Midi en los años 30. Más tarde pasarían a formar parte de las fábricas de la ciudad o en la construcción.
Muy común en Bagnères-de-Bigorre, el término Pouey designa un lugar alto. En el siglo XVI, el barrio de Pouey concentraba la población pobre de la ciudad. Más tarde, Pouey vivió alejado del esplendor del barrio balneario y reunió a modestas familias trabajadoras.