29 de octubre de 2024. A lo largo de nuestra vida, por desgracia, la mayor parte de los días son anodinos, días que pasan sin más y que difícilmente vamos a recordar. En cambio, por suerte, hay días que son pura luz, días que suman horas a nuestra cuenta personal de momentos en los que nos sentimos realmente vivos.
Hoy he visitado las cataratas del Iguazú y, sinceramente, es todo un reto intentar poner en palabras lo que he visto y sentido. Ha sido algo sencillamente desbordante. Me he sorprendido varias veces a mí mismo sonriendo, casi riendo, porque creo que para mi mente era la única forma de exteriorizar la fiesta que se estaba viviendo dentro de ella.
Primer día de viaje
El primer día en un sitio siempre es especial. Todo es nuevo. No hay automatismos. El tiempo se estira.
Gracias al cambio horario y a que ayer me eché a dormir cuando aún no eran ni las nueve de la noche, hoy me he despertado a las 4:30. Como el desayuno era a partir de las seis y me venían a buscar a las siete, tampoco ha sido un gran problema. He aprovechado bien ese rato.
Entre unas cosas y otras se ha hecho la hora de desayunar y, al poco rato, ya en la recepción, se ha presentado Antonio, mi guía de hoy.
Cataratas del Iguazú en Argentina
Después de terminar de recoger a todos los integrantes del grupo, hemos puesto rumbo al Parque Nacional Iguazú. Ayer, cuando venía desde el aeropuerto, este parque quedaba justo a la derecha y ya pude ver, más bien intuir, que era todo un espectáculo.
Al llegar al parque hemos comprado la entrada —unos 33 € al cambio— que da derecho a entrar y utilizar servicios como su tren interno —según ellos es un tren ecológico—. Hemos llegado nada más abrir por lo que no había apenas gente.
El tren interno —Tren Ecológico de la Selva— tiene dos estaciones —además de la central— que permiten llegar de forma cómoda y divertida tanto a la Garganta del Diablo como a los circuitos superior e inferior. ¿Qué tendrán los trenes que tanto nos gustan? Es empezar a moverse y sentir que estás haciendo algo especial, como si fuera la primera vez que montas en tren.
La Garganta del Diablo
Nos hemos bajado directamente en la última parada para ir a ver la Garganta del Diablo —nombre poco original, sí—. Esta es la mayor cascada de las casi 300 que componen todo el conjunto. Para llegar hasta la garganta desde la estación hay que andar algo así como un kilómetro por una pasarela sobre el río Iguazú. Ya en este momento las pulsaciones se aceleraban. El río Iguazú es enorme y en sus orillas solo hay selva. El curso del río ha creado un desnivel que nunca había visto en ningún río. Es verdaderamente espectacular.
Sabes que estás llegando a la Garganta del Diablo por la nube de agua que se eleva. Me ha sorprendido gratamente ver que estaba bastante bien pensado y que para ver la cascada hay un sentido único en la pasarela. También me ha gustado —como ha pasado a lo largo de todo el día— ver que todo estaba bastante bien integrado con la naturaleza, de hecho, por la tarde he visto que desde el lado brasileño no te das cuenta de las pasarelas argentinas y viceversa.
La Garganta del Diablo me ha recordado ligeramente a las cataratas del Niágara desde la parte canadiense. Es una impresionante caída de agua de la que estás a pocos metros. Eso sí, esto sería lo único que me recordaría a aquellas cataratas; la comparación es simplemente ridícula.
Circuito superior
Tras regresar por la misma pasarela a la estación, hemos pillado de nuevo el tren, pero esta vez nos hemos bajado en la otra parada: estación Cataratas.
Desde esta estación se inicia el circuito superior —el inferior está actualmente cerrado—, un simpático recorrido que alterna senderos y pasarelas. A lo largo del circuito vas viendo distintos saltos: dos hermanas, chico, Bossetti, Adán y Eva, Bernabé Mendez, Mbigua y San Martín. Probablemente, la vista que más me ha gustado ha sido desde el mirador de Bernabé Mendez, pero ya se sabe, sobre gustos no hay nada escrito; además, en este caso la clasificación sería de las vistas que me han gustado o las vistas que me han encantado. Esa es la escala.
Cataratas del Iguazú en Brasil
Después de terminar el circuito superior en Argentina hemos puesto rumbo a Brasil para ver las cataratas desde allí. El trayecto, aunque era de casi una hora, se me ha pasado, literalmente, en un “cerrar y abrir de ojos”. Buena siesta.
Paseo en barco
En Brasil existía la opción voluntaria —previo pago, claro— de hacer un paseo en barco por el río Iguazú. Al principio he dudado si hacerlo, pero al final me he animado. Realmente lo único que me echaba atrás era el descabellado precio, más de 60 € por una navegación de apenas media hora.
Podríamos decir que el paseo se divide en dos partes: una que consiste en navegar por el río y ver las cataratas desde allí, y otra la puramente de turista medio que se cree —o le hacen creer y se lo cree— que está viviendo una gran aventura. La primera parte me ha encantado, la segunda me ha sobrado totalmente. No veo qué aporta que te acerquen a una cascada para, literalmente, ducharte; varias horas después, cuando he llegado al hotel, aún estaba mojado a pesar del calor.
Circuito
Tras terminar el paseo en barco hemos ido hasta el comienzo del circuito brasileño —en Brasil solo hay un circuito—. Aquí la cosa cambia mucho, pasas de estar sobre las cataratas a verlas en todo su esplendor.
Una vez más, la suerte me ha sonreído y he podido disfrutar de una magnífica tarde soleada. Ya empezaba a atardecer y la luz era maravillosa.
Este circuito ha sido realmente desbordante. He estado en muchos lugares impresionantes, pero creo que lo que he visto hoy se ha colado directamente en el primer puesto. ¡Qué espectáculo! No sabía a donde mirar. Me he quedado observando todo un buen rato como con miedo a dejarme algo de ver, como si creyera que por mirar más iba a crear un recuerdo más nítido que, desde luego, no quisiera olvidar.
Regreso a Foz do Iguaçú
Tras casi 11 horas de excursión, y aún emocionado, he llegado al hotel. El cuerpo me pedía tumbarme y dormir hasta mañana, pero me he duchado, me he cambiado de ropa y he salido a cenar.
He cenado en un rodizio cerca del hotel. Creía que era un sitio “genuino” pero resulta que estaba lleno de turistas —turistas como yo, por supuesto—. Ha estado muy bien, aunque el precio también era para turistas… Dudo que los brasileños se gasten casi 30 € en cenar en un restaurante de barrio.
De nuevo en el hotel, no ha dado tiempo para más. He puesto algunas cosas en orden y a descansar, que mañana también hay una excursión muy prometedora.