Por motivos profesionales recientemente he pasado unos días en Portland, OR —en EUA hay que decir siempre el estado porque hay muchas ciudades con exactamente el mismo nombre—. Mi idea, como siempre, era aprovechar los tiempos libres para ver algo de la ciudad.
Aunque a priori no parecía que fuera una ciudad muy turística, lo que me he encontrado realmente me ha impresionado; tristemente para mal.
Algo raro pasaba
Nada más aterrizar, en el trayecto en tren ligero desde el aeropuerto hasta el hotel, todo me pareció la misma “americanada” de siempre: infraestructuras enormes, coches enormes, personas enormes —a lo ancho, no a lo largo—, etc., pero sin más. Llegué bastante cansado y por culpa del cambio horario me quedé dormido y ya no salí de la habitación.
Al día siguiente, temprano por la mañana —gracias al jet lag—, antes de empezar la conferencia por la que había ido a Portland, fui a dar una vuelta. La primera impresión fue que Portland era una ciudad que había vivido tiempos mejores, pero como tantas otras. Pasé al old town por el famoso steel bridge y empecé a ver lo que parecían indigentes. Al principio, por desgracia, me parecía algo “normal” que podemos encontrar en casi cualquier ciudad. Tal vez ya me pareciera que había demasiados y con un comportamiento algo raro.
Pasé la mañana en mi evento profesional y por la tarde —hacía una tarde perfecta para pasear— fui a dar otra vuelta hasta la librería más famosa de la ciudad en pleno centro: Powell’s city of books; en este paseo es cuando saltaron todas las alarmas. Algo raro pasaba en esa ciudad. No solo es que hubiera una cantidad ingente de personas que vivían en la calle, sino que la mayoría parecía estar fuera de sí, lo que me provocaba una sensación de inseguridad.
El sueño americano
Esta situación se dio a lo largo de toda mi estancia y por todos los sitios que estuve. La última tarde, cuando iba en el tren ligero, me acordé de algo que había leído hacía tiempo. Me acordé del fentanilo. El fentanilo es un opioide sintético extremadamente potente, hasta 100 veces más fuerte que la morfina y 50 más que la heroína. Se utiliza para tratar dolores intensos, pero su abuso puede ser letal; dosis muy pequeñas pueden provocar sobredosis.
A finales de enero de este mismo año, Portland declaraba el estado de emergencia durante 90 días para tratar de hacer frente a la crisis del fentanilo.
Realmente es impresionante andar por las calles de la ciudad y ver a tantísimas personas —muchos de ellos, o la mayoría, jóvenes— fuera de sí en una situación lamentable despojadas de toda dignidad. La primera reacción es de repulsa, pero cuando uno empieza a reflexionar sobre las causas de esta situación y en las vidas arruinadas —y en el peor caso, perdidas—, le invade un sentimiento de tristeza que le lleva casi al llanto.
Por supuesto, es tremendamente difícil establecer las causas del consumo —en cualquier cantidad— de drogas —de todo tipo, incluidas las sociales como alcohol, tabaco, etc.—, pero uno no puede dejar de vincularlo con las sociedades tóxicas en las que vivimos: que la sociedad te diga qué tienes que pensar, sentir, conseguir, sentir, etc. en cada momento es, sin duda, una bomba de relojería.