30 de marzo de 2024. Un nuevo día por delante. Hoy las previsiones meteorológicas eran buenas. Nada más despertar ya hemos visto que se habían cumplido: sol con algo de frío, pero sin viento ni posibilidad de lluvia —aunque por aquí eso no significa nada—.
Hoy el día era algo «libre». Solo sabíamos que la idea era ir al valle de Baztan (Navarra), pero poco más. No habíamos planificado nada porque no sabíamos si el tiempo iba a acompañar.
Aun en la cama, he pillado la tablet y buscado cosas que hacer por el valle. Me he llevado una grata sorpresa: el valle de Baztan tiene muy bien organizado el tema del turismo y dispone de una serie de actividades que puedes reservar —o al menos solicitar información— directamente en la página web. Algo un poco de turista medio, pero vamos, es lo que hay —seguro que en Youtube hay gente que te vende la moto de ir de «aventura» a «explorar» el valle—.
Han salido varias opciones, pero alguna no estaba disponible hoy —como visitar una quesería y ver una demostración de perros pastores—, así que al final hemos reservado la visita a las cuevas de Zugarramurdi. Antes de ir allí, también queríamos pasar por el pueblo francés de Espelette para ir a una tienda de telas que ya conocíamos.
Sorpresa en Espelette
Después de volver a disfrutar del delicioso desayuno que nos ha preparado Francine —nuestra anfitriona—, hemos cogido nuestras cosas y nos hemos puesto rumbo a nuestra primera parada: Espelette.
La verdad es que yo no sabía ni que existía, pero Espelette es un típico pequeño pueblo vasco cerca de la frontera con España. Sí que ayer habíamos visto productos de allí porque resulta que es famoso por la producción de pimientos —algo que se hace evidente nada más bajar del coche, ya que los cuelgan en las fachadas de las casas—.
¡Qué maravilla de pueblo! Parece ser que es un famoso pueblo turístico porque entre compra y compra se ha ido llenando de españoles —está a muy pocos kilómetros de la frontera—. La verdad es que es muy simpático. Los edificios están muy cuidados y pasear por sus calles es bastante agradable —más aún si acompaña el tiempo—.
La idea inicial era hacer una parada rápida para visitar una tienda de Lartigue 1910 —tienda de lino vasco tradicional—. Al ir andando por las calles del pueblo nos hemos ido animando y hemos ido entrando en más tiendas. Al final hemos comprado unas cuantas cosas: dos cojines de lino vasco, retales, queso Ossau-Iraty, un libro de gramática de euskera —explicado en francés— para mi colección de idiomas, un salvamanteles de hierro fundido con la forma de la cruz vasca…
Ya nos íbamos cuando hemos visto una señal que indicaba que la oficina de turismo estaba justo al lado. Esas señales nunca hay que ignorarlas. ¡Menuda sorpresa! Resulta que la oficina de turismo de Espelette está en el bonito Château des Barons.
No solo podías entrar en el castillo para visitar la oficina de turismo, sino que podías visitar todas sus estancias —en una de ellas se encuentra el consejo del pueblo desde finales del siglo XVIII— de forma libre y gratuita. Por cierto, de la oficina de turismo he salido como un niño con zapatos nuevos porque he podido pillar un ejemplar del libro de ruta de la Itzulia —vuelta al País Vasco que comienza el lunes que viene y en una etapa comienza en Espelette—.
Seguimos diseñando el día
Otra vez la misma situación: se acercaba la hora de comer y había que planificar bien los siguientes pasos porque la visita a la cueva era a las 15:00.
Queríamos ir a Elizondo, pero no sabíamos si ir, comer allí y luego volver a Zugarramurdi o ir a Zugarramurdi y visitar Elizondo después de las cuevas. Al llamar a reservar para comer lo hemos visto claro: no hacían reserva y era por orden de llegada, así que primero iríamos a Zugarramurdi, visitaríamos las cuevas y después iríamos a Elizondo. Dicho y hecho.
Como pasaba ayer en el País Vasco, casi cualquier restaurante tenía una pinta espectacular. Hemos comido en el restaurante del albergue Graxiana. No sé cómo serán los demás restaurantes del pueblo, pero este ha sido espectacular. Hemos comido una selección de croquetas, chuleta del valle y torrija. No podría haber estado mejor.
Casi arrastrándonos después de tan copiosa comida, hemos ido a dar una vuelta por el pueblo para hacer tiempo —aún quedaba una hora para la visita a las cuevas—. Zugarramurdi es un pueblo bastante pequeño, pero majo. Aun así, a uno le queda la sensación de que estiran demasiado el tema de las brujas para atraer turismo porque apenas tienen atractivos turísticos.
Aún quedaba media hora para la visita a las cuevas, pero hemos ido a la taquilla para preguntar si podíamos entrar antes. No ha habido problema.
Cuevas de Zugarramurdi
Decepción. Decepción y además por varios motivos.
Comprendo que el turismo es una fuente de ingresos muy golosa para los municipios, pero cobrar 6,00 € por visitar una cueva que no tiene nada de especial —más allá de las historias que se cuentan de lo que pasó allí—, no es honesto. El Pirineo está lleno de cuevas así, y al menos en Francia hacen visitas guiadas bastante interesantes. Aquí claramente van a meter la mayor cantidad de gente posible.
Además, en mi opinión, por afán de atraer a todo tipo de público —sobre todo a familias con niños pequeños—, han destrozado el entorno. Si un sitio no es accesible para todo el mundo, pues que no lo sea, pero no puedes echar hormigón a diestro y siniestro —me ha recordado a la Acrópolis de Atenas—. El colmo ha sido cuando he visto una especie de escenario permanente en mitad de la cueva… Sin comentarios.
Personalmente, no recomendaría la visita de estas cuevas. Mejor comprar seis euros de queso que la entrada a las cuevas.
Elizondo
Tras la decepción de las cuevas, hemos seguido nuestra ruta y hemos ido a Elizondo.
Conforme íbamos a Elizondo, hemos visto como se iba preparando una buena cortina de lluvia —de hecho, aun en Zugarramurdi, llegando al coche, ya nos ha caído alguna gota—. De nuevo hemos tenido la suerte de nuestro lado: ha llovido todo el trayecto de Zugarramurdi a Elizondo y justo al llegar ha dejado de llover. La suerte es un estado de ánimo.
Elizondo se hizo muy famoso por la trilogía del Baztan de Dolores Redondo. De hecho, hay incluso visitas guiadas por el pueblo para conocer los lugares en los que se inspiró la autora para escribir los libros. Hace ya tiempo que me leí la trilogía y casi no me acordaba de nada, pero al ir viendo los escenarios —casa de la Tía Engrasi, el puente y la presa Txokoto, las mantecadas Salazar, etc.— he ido recordando.
Elizondo me ha parecido un pueblo bastante majo. No tiene el encanto de los pequeños pueblos vascos, pero es agradable.
En la plaza de los Fueros —y en las calles aledañas—, había un mercado de productos de la zona. Hemos reconocido a un productor artesanal de mermeladas cuyos productos conocimos hace tiempo en Sos del Rey Católico. Hemos acabado comprando cuatro tarros de mermelada —sin duda, buena compra—.
Aprovechando que empezaban a caer unas gotas, hemos hecho un alto en nuestro paseo para tomar un café en una panadería. Tenían productos que pedían a gritos que los comiéramos, pero seguíamos tan llenos de la comida que no hemos podido hacerles caso.
Tras cuatro gotas mal caídas, hemos salido de nuevo a la calle para ir poco a poco hacia el coche. Aún hemos hecho una última parada consumista para comprar las famosas mantecadas Salzar, queso y nueces de la zona.
Vuelta a Louhossoa
Quedaba poco más de una hora de luz, así que hemos decidido volver al alojamiento porque ayer por la tarde-noche no nos gustó mucho conducir por esas carreteras —el asfalto está en perfecto estado, pero no hay un metro recto y en muchos sitios cabemos dos coches y poco más—.
Podíamos haber vuelto por donde habíamos venido, pero he propuesto volver por el puerto que quería haber hecho en bici: el col d’Ispeguy. Un acierto total. ¡Qué paisajes! Eso sí, no ha salido gratis: nos hemos comido todas las curvas de Euskal Herria. Aun así, ha merecido la pena. Desde arriba del puerto podías ver, por un lado, Nafarroa Garai (Alta Navarra) y, por otro, Nafarroa Beherea (Baja Navarra).
En poco menos de una hora hemos llegado al alojamiento, aun con un poco de luz. Misión cumplida.
Después de cenar en la habitación, solo quedaban fuerzas para irse a dormir.