Helsinki, con una población que no llega a los 700.000 habitantes, es la capital y ciudad más grande de Finlandia —uno de cada cuatro finlandeses vive en su área metropolitana—. Con casi cinco siglos de historia a sus espaldas, la ciudad ha prosperado hasta considerarse en algunas listas como la mejor ciudad del mundo para vivir y desarrollarse.
Recientemente he visitado esta magnífica ciudad en un viaje por la zona. Las opiniones que me habían dado sobre ella no eran las mejores, pero me negaba a creer que la capital de un país nórdico —el último que me faltaba por conocer después de Islandia, Noruega, Suecia y Dinamarca— no mereciera la pena. Por suerte, yo estaba en lo cierto.
Llegada en barco
Llegué a Helsinki en barco desde Tallin (Estonia) —nunca había llegado a una ciudad en barco y creo que eso ya empezó a activarme el prisma positivo de lo que iba a ver— en pleno de una de las primeras olas de frío de la temporada: -12 °C y una sensación térmica de -18 °C.
Viajar a finales de otoño al norte siempre tiene sus inconvenientes —sobre todo por el frío y por las pocas horas de luz—, pero también tiene sus ventajas: pocos turistas y, sobre todo, unos espectaculares paisajes nevados. Llegando al puerto de la ciudad íbamos pasando pequeñas —y no tan pequeñas— islas nevadas con alguna que otra colorida casita. Espectacular.
Primeras impresiones
Para llegar al centro de la ciudad había un tranvía que, como si fuera una broma del destino, tardó casi 10 minutos en llegar y hubo que esperar a la intemperie. Se soportó estoicamente como se pudo. Lo que sí que me resultó curioso es que siendo Helsinki una de las mecas de la tecnología europea, no se pudiera pagar el transporte público con contacless haciendo necesario llevar una tarjeta física —también estaba la opción de usar una aplicación que sí utilicé a la vuelta pero con ciertos problemas—.
Al llegar al centro de la ciudad, lo primero que a uno le llega a la cabeza es su pasado ruso. Cuando te plantas en la enorme plaza del Senado con esos enormes edificios sobrios y la catedral luterana con rasgos rusos detrás, parece que estás en una plaza del imperio ruso. De hecho, la figura del zar Alejandro II de Rusia en el centro de la plaza ayuda bastante a tener esa visión.
Conforme fui conociendo cosas de la ciudad, quedó patente que las dos grandes potencias —Suecia y Rusia— que estuvieron presentes en esta ciudad en el pasado, marcaron indiscutiblemente su devenir.
Por catedrales, que no sea
En la plaza del Senado, el edificio que sin duda más llama la atención es la catedral luterana. Al tratarse de una catedral luterana, no está consagrada a ningún santo o santa, y ya desde el exterior se puede observar la austeridad que caracteriza a esa mitología.
Del exterior de la catedral luterana, llama la atención la forma de sus cúpulas —recuerdan inevitablemente al estilo ruso—. Hay que entender que en Finlandia, durante el periodo ruso, hubo un intento de contentar a la población finlandesa, pero también al Imperio ruso, así que se hacían guiños a unos y a otros: construimos una catedral luterana —guiño a los finlandeses— pero con estilo imperial ruso —guiño a los rusos—.
Helsinki cuenta con otra catedral: la catedral ortodoxa Uspenski consagrada a la Dormición de la Virgen María. Esta sí que ya solo se entiende en el contexto del periodo ruso.
Ambas catedrales son totalmente diferentes. La catedral luterana es absolutamente austera, en su interior no hay ningún tipo de pintura ni de decoración —más allá de cuatro esculturas, entre las que se encuentra la de Lutero— y, de hecho, mucha gente dice que no merece la pena entrar —no estoy de acuerdo—. En cambio, la catedral ortodoxa impresiona tanto por dentro como por fuera. Su interior —que no es fácil visitar porque parece ser que no tiene unos horarios fijos de apertura— está llena de detalles.
Paseando por Helsinki
Aunque la ciudad no es pequeña, su centro histórico no lo es tanto y es fácilmente abarcable a pie. En un paseo de poco más de una hora, podrás ver puntos de interés como:
- Plaza del mercado. Una de las plazas más famosas de la ciudad, donde siempre hay pequeños puestos de comida y de venta de recuerdos. Además, desde allí salen los ferries para visitar la fortaleza de Suomenlinna.
- Esplanadi. Se trata de una explanada del siglo XIX, centro neurálgico de la ciudad. Es un punto habitual de la población para dar una vuelta y una de las zonas más caras de la ciudad.
- Teatro nacional de Finlandia. De estilo romántico nacionalista, este teatro de finales del siglo XIX es el teatro más antiguo donde se han representado obras en finés.
- Estación central. Cansados del estilo romántico nacionalista, los helsinguinos y las helsinguinas clamaron por una estación de trenes de un estilo moderno. De ahí salió la actual estación central de trenes de estilo modernista.
Ciudad moderna
Helsinki es ante todo una ciudad moderna. No ha tratado de borrar u ocultar su pasado y sigue mostrando orgullosa muestras de ello: sigue habiendo estatuas de zares, siguen estando los dibujos de animales junto a los nombres de las calles más antiguas —recuerdo de cuando el analfabetismo era mayoritario—, etc.
En Finlandia, como el resto de los países nórdicos, tienen muy claro que la prioridad del estado debe ser sus ciudadanos. Ello se refleja en sus procesos democráticos, en su distribución de la riqueza, sus servicios públicos, y en muchas pequeñas cosas como, por ejemplo, su flamante biblioteca central Oodi.
En el contexto del centenario de la independencia del país, Finlandia se hizo un autorregalo: la biblioteca central Oodi. Coherentes con su forma de pensar, decidieron consultar a la ciudadanía qué servicios querían que hubiera en la biblioteca. Como resultado de esa consulta, la Oodi se inauguró con servicios tan diversos como: máquinas de coser, impresoras 3D, salas de videojuegos, salas de grabación, zonas comunes, cafetería, restaurante, zona para bebé, zonas de lectura, etc. Además, por supuesto, es también una biblioteca tradicional donde poder coger libros en préstamo.
Recorriendo la Oodi, a uno le invade una sensación de bienestar increíble —sensación que acaba convirtiéndose en envidia—. El diseño nórdico, el respeto a lo público y la convivencia de personas diferentes —en edad, género, cultura, etc.— crean un ambiente fiel reflejo de la sociedad finlandesa.