30 de septiembre de 2023. El viaje va llegando a su fin —todo lo bueno se acaba y todo lo malo pasa, es ley de vida—, pero aún así hemos podido disfrutar de prácticamente todo el día por San Francisco —el vuelo a Barcelona salía al final de la tarde—.
Misma rutina que los días de viaje: despertar, desayunar, preparar la maleta y hacer check-out. Pero, antes de todo eso, he salido a correr un poco por las calles de la ciudad. Como ya pasó en Sídney o en Auckland, a pesar de ser relativamemte temprano —las siete de la mañana—, ya había bastante gente haciendo deporte —es cierto que hoy era sábado—.
Una vez terminadas todas las tareas previaje, hemos dejado las maletas en el hotel y nos hemos echado a la calle.
Seguimos explorando San Francisco
La primera parada, el ayuntamiento, estaba tan cerca del hotel que, aún habiendo comprado ya el abono del día para el autobús, hemos decidido ir andando aprovechando el frescor mañanero —y que era cuesta abajo, por qué no decirlo también—.
Con el ayuntamiento delante, me ha surgido una reflexión: es curioso como en Europa parece que queremos imitar a esta gente —o eso intentan que pensemos con sus películas y series de propaganda encubierta— pero luego, cuando estás por aquí y ves edificios como el del ayuntamiento de San Francisco —y tantos otros—, te das cuenta que son ellos los que buscan imitar nuestra historia y nuestra cultura.
Justo enfrente del ayuntamiento se encuentra la ópera de San Francisco y, al lado de ésta, el edificio de la sinfónica se San Francisco. Ambos edificios son normalillos, sin nada que resaltar —arquitectónicamente hablando—.
Golden Gate park y comida
De nuevo hemos ido a la parada del autobús para ir al Golden Gate park, un inmenso parque en el «centro» de San Francisco.
Se podría decir que más allá de ser un parque, el Golden Gate park es un centro social. En él la gente va a pasar la tarde, hacer deporte, etc. De hecho, hoy había un festival de música que ocupaba prácticamente medio parque —y eso es mucho sitio—.
Lo primero que hemos hecho al entrar al parque ha sido visitar a la manada de bisontes americanos que viven allí. Impresionantes. Lo único malo es que no están en libertad.
Después hemos atravesado casi todo el parque —por no decir bosque en algunos tramos— de oeste a este hasta llegar a la academia de ciencias de California. La idea era comer allí pero parece ser que se necesita entrada para acceder al restaurante.
No ha pasado nada, hemos ido a una calle perpendicular al parque y hemos entrado a un local especializado en productos del mar. No ha estado nada mal pero los precios, de nuevo, desmesurados. Una comida normal para dos ha salido por 70 $ —unos 67,00 € al cambio —.
Paseo por la playa como despedida
Como estábamos relativamente cerca —en San Francisco cualquier cosa «cerca» es, literalmente, media hora de autobús— de la playa, hemos decidido ir a ver el océano como despedida.
Ha merecido la pena. La playa de San Francisco es inmensa. El océano estaba algo alterado aunque creo que hemos tenido suerte porque apenas había viento —hay molinos de viento por lo que imagino que debe haber viento de forma habitual—. Además, desde la arena, hemos podido ver perfectamente la costa del parque nacional de Golden Gate —apuntado para la siguiente visita a estas tierras—.
Ya no ha habido tiempo para más. Se han quedado cosas por hacer pero ya volveremos en otra ocasión. Teníamos que empezar ya el camino hacia el hotel y, después, al aeropuerto.
Aeropuerto de San Francisco
Hemos regresado al hotel para recoger las maletas, hemos cogido un Uber y nos hemos ido al aeropuerto. No ha habido demasiado tráfico así que hemos llegado al aeropuerto sobre la hora prevista.
En el aeropuerto, la misma rutina de siempre: facturación, control de seguridad e ir a la puerta de embarque. Lo curioso es que no hemos tenido que pasar control de pasaportes.
Durante la espera para el embarque, hemos podido completar in extremis uno de los objetivos que se nos había quedado pendiente: comer una Clam Chowde, es decir, una sopa de almejas en hogaza de pan típica de la zona. No ha estado nada mal.
Curiosamente, vendían latas de esa sopa de almejas y, al mirar la etiqueta, sorpresa: ponía bien grande —con su foto y todo— que era de San Francisco y resulta que en la letra pequeña ponía que era un producto de Canadá. Cosas de la vida moderna, supongo.
Vuelo a Barcelona
Último vuelo del viaje. IB2622 de Level a Barcelona. Con este vuelo hemos completado la vuelta al mundo.
He estado siguiendo este vuelo desde hace tiempo y siempre me ha sorprendido la puntualidad que tiene habitualmente. Hoy no ha sido una excepción. Varios minutos antes de la hora oficial de despegue ya estaba el embarque completado —la pena es que hemos tenido que esperar a no sé qué y hemos salido con unos minutos de retraso—.
A la hora de despegar, más o menos, nos han dado la cena. En los vuelos de Level no hay comida por defecto, hay que contratarla y luego van individualmente repartiéndola a quien la ha pagado. Sinceramente, me ha parecido tan mala y escasa que creo que la próxima vez que vuele con esta compañía me subiré la comida al avión en vez de pagar por ella. Será mucho más barato y comeré mejor.
Al poco rato de terminar de cenar, han apagado las luces, nos han cerrado las ventanillas y todos a dormir. Iba a ser una noche corta porque volábamos hacia el este. De nuevo, por cuarta vez en este viaje, hemos dormido en vuelo. Mañana llegamos a Barcelona.