29 de septiembre de 2023. Nueve horas durmiendo. Repito. Nueve horas durmiendo. Desde que tengo el reloj que me controla el sueño —hace más de año y medio—, nunca había visto tantas horas dormidas. Nueve horas del tirón como un bebé —como siempre pero nueve horas—.
Hoy el era el primer día entero en San Francisco y, por supuesto, plan era ir a conocer algunos de los lugares más emblemáticos de San Francisco.
Rutina del buen viajero: nos hemos despertado, nos hemos aseado, hemos desayunado, hemos preparado las mochilas y nos hemos echado a la calle.
Por cierto, este hotel tiene un detalle importante: nos daban café gratis —ilimitado con la única «molestia» de tener que bajar a recepción a por él—. No es un detalle menor teniendo en cuenta los precios de esta ciudad.
Comienza el día
Lo primero que hemos hecho ha sido comprar el mismo bono de autobús de ayer al mediodía —5 $ y puedes hacer todos los viajes que quieras a lo largo del día en autobús—. Esto es algo vital en una ciudad con las dimensiones de San Francisco, cualquier distancia son varios kilómetros —y puede que varias decenas de metros de desnivel acumulado—.
La primera parada ha sido la Pirámide Transamérica. A lo mejor por ese nombre no te suena a la primera, pero la Pirámide Transamérica es ese rascacielos en forma de pirámide que seguro que has visto en alguna película o serie yanqui.
De camino a la siguiente parada, hemos visto por fuera la antigua catedral de Santa María y la catedral de Grace. No está mal pero sin más —tampoco es que sea yo especialista en arquitectura y puede que tengan algo especial que se me escape—.
En esta ocasión yo no he preparado la visita a San Francisco —sí las del resto del viaje— y simplemente me estoy dejando guiar. Lo bueno de eso es que te sorprendes más de las cosas que ves al ser totalmente nuevas —no tienes prejuicios ni expectativas—. Eso mismo ha pasado con el museo de cable car —el cable car es lo que llamamos en castellano funicular—. ¡Qué maravilla! Pequeñito y gratuito. Toda una sorpresa. En él, además de conocer su historia, puedes ver funcionando los cables que en ese mismo momento están tirando de los cable cars.
Antes de la siguiente visita, y justo después de la primera librería visitada —esta vez sin compra pero sí con un título apuntado para el futuro—, café y bollo para recuperar fuerzas y descansar que el día iba a ser exigente.
Prisión de Alcatraz
Se nos ha echado el tiempo encima —también culpa de no dimensionar correctamente el tamaño de esta ciudad— y casi hemos llegado tarde al ferry para la visita a la archifamosa prisión de Alcatraz.
De nuevo un precio que nos ha parecido desmesurado —como el del Te Puia en Nueva Zelanda hace unos días—: 53,25 $ (unos 50,39 € en el momento de comprarlas hoy). Eso sí, al menos incluye el ferry, la entrada y la audioguía en varios idiomas —incluido el español—.
La visita es libre así que primero hemos hecho la visita audioguiada por el interior del edificio principal y luego hemos paseado por el exterior —por donde se ha podido porque hay muchas partes cerradas—.
El edificio principal —el presidio en sí— es espectacular. Te van contando la historia de cada una de las partes que lo componen: celdas, zona de recreo, zona de visitas, etc. En cuanto al exterior, la verdad es que no sé qué nivel de conservación tiene pero había muchas zonas cerradas por riesgo para la seguridad de la gente. Con eso lo digo todo.
La valoración general ha sido buena pero no justifica semejante precio. Aún así, supongo que lo recomendaría.
Hora de comer
Al volver de Alcatraz —puedes coger el ferry que quieras, al contrario que a la ida que tienes que reservar una hora en concreto— hemos ido a comer. No nos queríamos alejar mucho de los muelles, así que hemos acabado en un lugar especializado en fish & chips y demás productos relacionados con el mar cerca del muelle 33.
He comido un plato clásico de fish & chips. No estaba mal pero se confirma lo que vimos ayer: San Francisco es una ciudad cara, estúpidamente cara. Es normal que un café te cueste 5 $ y que casi cualquier plato de casi cualquier carta te cueste de 20 $ para arriba —en este momento el dolar casi está en paridad con el euro, un euro son unos 1,05 $—.
Una cosa que hay que tener en cuenta en los restaurantes, es que los precios en las cartas no incluyen IVA ni una especie de impuesto que añaden por el servicio —se preocupan de resaltar que no es una propina para que sueltes la gallina con la propina propiamente dicha— ni, por supuesto, la propina —casi obligatoria—.
Parada técnica y a por la tarde
Ha ido avanzando el día y ha surgido un problema del primer mundo: debido a un pequeño error de cálculo, esta mañana no he —hemos— cogido mucha ropa de abrigo. El día se ha ido cerrando por culpa de la niebla dando más sensación de frío, por lo que hemos pasado por el hotel a pillar algo más de abrigo.
Ya bien abrigados, hemos vuelto a coger un autobús para ir a ver la misión de San Francisco de Asís. En ese punto es donde la ciudad de San Francisco inició su historia hasta nuestros días.
Caminando algo menos de diez minutos, hemos llegado al famoso barrio de Castro, famoso por su tolerancia —o mejor dicho, respecto, que aquí no hay que tolerar nada si no respetar— hacia el colectivo LGTB. Hemos paseado por su calle principal —castro street—, hemos visitado el edificio donde tenía la tienda Harvey Milk, y, como ya era hora, hemos cenado.
Como ha sido la última cena en San Francisco —y del viaje al menos en tierra— hemos buscado un sitio algo especial. Hemos acabado en el típico restaurante americano —como los que imitan en Europa pero éste con casi medio siglo de historia—. Yo he cenado algo más típico americano que asesinar a sus presidentes: hamburguesa con queso y patatas. De las mejores que he probado, en serio.
Cenados y ya de noche cerrada, hemos vuelto al hotel.