Vuelta al mundo exprés – Día 12

Vuelo QF140 de Qantas de Auckland a Sídney
Vuelo QF140 de Qantas de Auckland a Sídney

28 de septiembre de 2023. Tres de la mañana. Ha sonado el despertador. Desde el primer día del viaje no habíamos madrugamos tanto. Hoy ha sido, literalmente, el día más largo de nuestra vida. Hemos vivido en el 28 de septiembre de 2023 durante casi 44 horas cortesía del cambio horario. Hemos viajado desde GMT+13 —Nueva Zelanda ya está en horario de verano y a Australia aún le quedan unos días— hasta GMT-7, es decir, 20 horas de diferencia.

En un día que ha durado casi como dos, nos ha dado para hacer muchas cosas. Alguna de ellas que llevaba años esperando —volar en un Airbus A380— y otras simplemente curiosas —llegar al destino horas antes de la hora de salida—.

Aeropuerto de Auckland

Monedas de dólares neozelandeses
Monedas de dólares neozelandeses

Lo primero que hemos tenido que hacer, obviamente, ha sido ir al aeropuerto. De nuevo, calculadora en mano —yo y mi obsesión de hacer todo lo más óptimo posible—. Resulta que era más barato pillar un Uber —por unos pocos céntimos— que pagar los dos tickets para el autobús lanzadera. También era la opción más rápida y cómoda.

Hemos llegado tan pronto que aún no habían abierto los mostradores para hacer el check-in —aunque sí había bastante gente esperando—. Ya con el check-in hecho y las maletas depositadas, hemos ido hacia el control de pasaportes y el de seguridad. También estaba aún cerrado —abría 90 minutos antes del primer vuelo del día—. De nuevo ha tocado esperar. Último café en Nueva Zelanda y listo.

Ha abierto el control, lo hemos pasado y, de nuevo, a esperar. Hemos aprovechado las últimas monedas —en todo el viaje no ha sido necesario para nada el efectivo pero siempre saco algo en los cajeros para mi colección de divisas extranjeras— para comprar algo.

Vuelo de Auckland a Sídney

Desayuno en el vuelo QF140
Desayuno en el vuelo QF140

El vuelo QF140 de Qantas nos ha llevado desde Auckland hasta Sídney. Nuevo, y van cuatro, otra nueva compañía aérea con la que nunca había volado antes —de hecho todas las de este viaje, curiosamente, lo son—. Me ha gustado.

Al poco de despegar nos han dado de desayunar: una especie de tortilla salada —estaba buena aunque, por lo general, no me gusta lo salado en el desayuno—, una magdalena —ahí sí que nos hemos entendido— y café.

Por cierto, como ha sucedido en todos los lugares, tanto en Australia como en Nueva Zelanda, disponían de bebidas vegetales en sustitución de la leche —a los que nos gusta la leche nos da igual pero para los intolerantes es el paraíso—.

Poco antes de aterrizar nos han dado unas galletas de despedida. Me las he guardado para más adelante.

Tras 3h 11′ de plácido vuelo, hemos aterrizado a las 10:36 de Nueva Zelanda, las 7:36 de Australia. Primer cambio horario, hemos ganado tres horas.

Nota curiosa: habitualmente la diferencia horaria entre Australia y Nueva Zelanda es de dos horas, pero justo ha coincidido que Nueva Zelanda cambió al horario de verano el 24 de septiembre —sumando una hora más y por lo tanto teniendo una diferencia de tres horas con Australia— y que Australia hará ese cambio el 1 de octubre —cuando también sumará una hora más y volverá a tener dos horas de diferencia con Nueva Zelanda—.

Escala en Sídney

De nuevo en el aeropuerto de Sídney. Después de pasar el control de seguridad en la zona de tránsito —he tenido que beberme de golpe el medio litro de agua que llevaba—, hemos  aprovechado para hacer unas compras de última hora —arrepentidos de no haberlas hecho hace unos días—. De nuevo, como en el aeropuerto de Auckland, los precios estaban más o menos como en la ciudad. De nuevo sorpresa agradable.

Para hacer algo de tiempo antes de ir a la puerta de embarque —en estos vuelos el embarque empieza casi una hora antes del despegue—, hemos ido a tomar el último café en Australia. Una vez apurado el café, ahora sí, nos hemos dirigido a la puerta de embarque.

Sorpresa al ir a entrar en la zona donde estaba la puerta de embarque. Unas personas que no sabemos de dónde habían salido ni quiénes eran —ya los había visto hacía unos días cuando volamos a Auckland desde esa misma puerta—, nos han parado —como a todo el mundo— para hacer algunas preguntas de seguridad. Era necesario pasar su «filtro» para que nos dejaran embarcar. Estos americanos y sus tonterías peliculeras.

Al final hemos salido con casi una hora de retraso. Aún así estaba contento porque este vuelo suele llevar retrasos muy serios y tenía miedo de perder el siguiente vuelo de Los Ángeles a San Francisco.

Vuelo de Sídney a Los Ángeles

Embarcando en el Airbus A380
Embarcando en el Airbus A380

QF11 de Qantas. Este vuelo ha sido todo un hito en mi afición por la aviación. Llevaba años queriendo volar en un Airbus A380, el avión de pasajeros más grande jamás construido y, probablemente, que se construya en muchas décadas —si se llega construir porque actualmente la industria no va por ahí—.

No ha sido casualidad. Cuando planifiqué el viaje consulté todos los modelos de aviones que estaban en mi ruta hasta dar con este vuelo —había más posibilidades pero ésta me permitía volar durante 13 horas en este gigante—.

Como en todos los vuelos en los que ha sido posible, compramos asientos con espacio extra para las piernas. Además, por suerte, hemos acabado teniendo tres asientos para dos al quedar libre el asiento del pasillo —estábamos en la columna central de cuatro asientos—. Todo un lujo volar así.

Al poco de despegar nos han dado una botella de agua y, casi a continuación, un aperitivo a base de base de cebolla para untar en unas obleas junto con unos trozos de zanahoria —no estaba mal a pesar de mi reticencia inicial— y bebida a elegir. Yo he tomado zumo de manzana pero la gente ya ha empezado a emborracharse —¡qué vida tan dura debe de tener la gente para tener que ir siempre drogada!—.

Apenas había pasado una hora o así y nos han dado ya la comida. He elegido carne con puré de patatas y judías. Aceptable. Café al gusto —la gente ha continuado subiendo su nivel de alcohol en sangre— con una chocolatina y un helado —todo un señor Magnum—.

Bar autoservicio a bordo del Airbus A380
Bar autoservicio a bordo del Airbus A380

Después de algo más de tres horas de vuelo nos hemos dado una vuelta para estirar las piernas —subiendo las escaleras, por ejemplo—. También hemos tanteado el bar —gratuito y abierto todo el vuelo—.

Han quitado las luces y todos a dormir —si quieres, claro—. Aún era por la tarde pero al volar hacia el este ya habíamos alcanzado la noche —iba a ser una noche muy corta—.

No sabría decir a qué hora nos han dado algo más de comer —sin dar las luces de la cabina—. Era una especie de colección de tres pies. No estaba mal del todo aunque estas cosas no son de mis preferidas. Una vez terminado, a seguir durmiendo. No es mala vida, ¿no?.

Hemos seguido durmiendo hasta casi la hora del desayuno. Entre medio he hecho alguna escapada al bar a por algún snack y refresco —pura gula—, he visto un capítulo de una serie —la primera vez en todos los días de viaje— y casi me he terminado el libro que estoy leyendo.

Las horas han ido pasando y, de pronto, ya estábamos empezando el descenso al aeropuerto de Los Ángeles, Estados Unidos. Hemos aterrizado a las 7:06 hora local tras 12h 53′ de vuelo. Tan solo un minuto de retraso —las compañías aéreas alargan deliberadamente la estimación de vuelo para evitar llegar tarde—.

Como eran las 00:06 en Sídney, oficialmente llevábamos ya 27 horas —3 horas de regalo por el cambio de hora entre Nueva Zelanda y Australia— en el 28 de septiembre de 2023. Aún quedaban 16 horas y 54 minutos para completar 43 horas y 54 minutos en el 28 de septiembre de 2023.

Otra cosa curiosa es que hemos salido de Sídney a las 11:14 del 28 de septiembre y hemos llegado a las 7:06 del 28 de septiembre, es decir, más de cuatro horas antes de haber salido.

Escala en Los Ángeles

Otra nueva «experiencia» que nunca había vivido. En Nueva Zelanda hemos hecho el check-in hasta San Francisco pero nos han comentado que en Los Ángeles tendríamos que recoger la maleta, cambiar de terminal y volver a depositarla. Sí que he hecho escalas en las que he recogido la maleta en mitad de la escala para salir de aeropuerto, pero nunca en el mismo aeropuerto y con la maleta ya facturada.

Resulta que, una vez pasado el control de pasaportes y recogidas las maletas, antes de cambiar de terminal, hemos pasado por un lugar donde, sin mostradores ni nada, recogían de nuevo las maletas —de todos los vuelos con conexión a la vez—. Ha sido curioso. Después, simplemente hemos salido a la calle, hemos ido a la nueva terminal y hemos hecho el mismo proceso que en cualquier otro vuelo pero ya sin las maletas.

Gracias a que el vuelo desde Sídney ha llegado solo con un minuto de retraso, nos ha dejado —como estaba previsto— un margen de casi cuatro horas para todo el proceso.

Hemos hecho tiempo dando una vuelta por la terminal, tomando un café y viendo otra cosa que nunca había visto: la puja por los asientos libres directamente en la puerta de embarque. En Estados Unidos, parece ser, te puedes plantar en el aeropuerto sin billete y entrar en la subasta de los asientos libres —realmente no me ha quedado muy claro cómo es el proceso—.

Vuelo a San Francisco

El vuelo AS3480 de Alaska Airlines—de nuevo una nueva compañia— ha sido el vuelo más corto del viaje. Tan solo 56 minutos en el aire.

Nada más despegar nos hemos quedado dormidos pero nos hemos despertado con una dulce sorpresa: zumo y unas galletas cortesía de Alaska Airlines.

Una vez que hemos aterrizado, ahora sí, ha tocado recoger las maletas definitivamente e ir al hotel. Hemos ido hasta allí mediante Lyft —una aplicación similar a Uber o a Grab—porque la opción de transporte público era desesperantemente lenta —más de una hora de trayecto—.

Paseo vespertino por San Francisco

Puente Golden Gate
Puente Golden Gate

Gracias al cambio horario hemos llegado a San Francisco justo a la hora de comer. Después de hacer el check-in en el hotel y dejar las maletas en la habitación, nos hemos ido a comer —estábamos relativamente frescos—.

Antes de llegar al local donde hemos comido, ya hemos hecho nuestra primera visita turística —estaba justo en la ruta al local—: las painted ladies. Unas pintorescas casas en frente de Alamo park.

Hemos elegido el sitio donde hemos comido porque tenía muy buenas valoraciones —y estaba cerca— pero, la verdad, es que para mi gusto se han pasado con el picante. Era un sitio de barbacoa y parece ser que su salsa casera no es como las comerciales. A lo mejor para los amantes del picante es el paraíso, quién sabe.

Una vez que hemos terminado de comer, hemos planificado la tarde.

Gracias al consejo de la regente del hotel, hemos descargado Muni —la aplicación de transporte público de San Francisco—, hemos comprado el abono de un día para poder coger todos los autobuses que queramos —tan solo costaba 5 $—, hemos cogido el autobús y hemos ido a ver el gran símbolo de la ciudad: el puente Golden Gate.

La verdad es que no ha defraudado. Además, gracias a estar «fuera de temporada», apenas había gente. Hemos dado una vuelta por las inmediaciones —resulta que está dentro de un parque nacional— y nos hemos ido a la siguiente parada de la tarde: Fisherman’s wharf.

Fisherman’s wharf es uno de los puntos más turísticos de San Francisco. Allí sí ha habido algo más de gente pero sin aglomeraciones. Desde allí hemos visto perfectamente la prisión de Alcatraz, el arco del muelle 43, y el muelle 39 con sus leones marinos. Ha sido allí, en el muelle 39, donde, rodeados de bastante gente y muchos leones marinos, hemos visto atardecer.

Aunque algo pronto —el cuerpo ya no daba de más y empezaba a hacer fresco— hemos ido a cenar de camino al hotel y después directos al hotel a dormir.

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