23 de septiembre de 2023. Hoy no ha habido sobresaltos y nos hemos despertado conforme a lo planeado. El plato fuerte iba a ser la excursión en barco para el avistamiento de ballenas aunque, como era a las 12:15 y duraba cuatro horas, hemos tenido un buen rato para hacer cosas antes y después.
El rato antes de la excursión lo queríamos emplear en volver a varios sitios por los que habíamos pasado ayer rápidamente. Los teníamos en la lista y los queríamos ver con más detenimiento.
Eso sí, antes de desayunar, por fin, he podido salir a correr a la calle. De nuevo envidia. Menudos parques tienen los aussies. Perfectamente cuidados, con baños públicos abiertos, fuentes —que funcionan— cada poco… Y, como suele pasar en este tipo de países, a pesar de ser las siete de la mañana ya había gente haciendo deporte, paseando, etc.
Revisitamos con calma
Hemos vuelto a coger la línea de autobús 304 que nos lleva al centro de Sídney pero, esta vez, nos hemos bajado un poco antes, en Hyde park.
Pasear por el parque ya era en sí una cosa que queríamos hacer pero, además, dentro del parque se encuentra el Anzac memorial, un curioso monumento a la memoria de los caídos en la primera guerra mundial. Es curioso porque, a parte del típico fuego eterno, frases lapidarias, y ese tipo de cosas, tiene varias exposiciones e, incluso, salas de conferencias.
Justo al lado de Hyde park —en el lado este— se encuentra la catedral de Santa María de Sídney. La verdad es que para los europeos —bueno, supongo que hablo en mi nombre y no en nombre de todos— es una catedral más. Entiendo que probablemente para los visitantes asiáticos —que son la inmensa mayoría— es algo espectacular y digno de ver. A mí me ha parecido otra catedral más —con menos de 100 años de historia, algo ridículo para la mayoría de las catedrales europeas—.
Hemos atravesado de este a oeste Hyde park y, continuando recto, hemos llegado al ayuntamiento de Sídney —justo al lado del Queen Victoria building en el que estuvimos tomando un café ayer por la tarde—.
Por cierto, atravesando Hyde park, en frente de la catedral, nos hemos encontrado con una concentración a favor del no en el referendum que se va a celebrar en octubre de 2023 en Australia para incluir o no a los aborígenes en la constitución —el país está lleno de carteles a favor del sí pero nosotros hemos tenido la «suerte» de toparnos con los cavernícolas del no—.
Ya se hacía la hora de ir hacia Circular quay para coger el barco que nos llevaría a ver las ballenas, así que hemos ido andando hasta allí atravesando todo el downtown.
Avistamiento de ballenas
La excursión, como la de hace dos días, la habíamos contratado através de Viator. Nos llamó la atención porque era una excursión de cuatro horas que incluía el trayecto en barco y la comida a bordo —decían que barbacoa aunque realmente ha sido un buffet—.
Nos hemos presentado en el punto de encuentro media hora antes, nos hemos registrado y hemos esperado a que viniera el barco —había una opción anterior en horario de mañana que incluía el desayuno en lugar de la comida—.
Con algo de retraso, sobre las 12:30, la excursión ha comenzado.
Apenas habíamos salido del puerto y ya nos han avisado de que la comida estaba lista. Hemos decidido esperar un poco porque las vistas eran estupendas. Nada más zarpar —cuando el barco ha dado la vuelta y ha puesto rumbo hacia la salida de la bahía— nos hemos quedado frente a frente con la ópera y con el puente de la bahía. La luz y la situación eran perfectas para hacer fotografías.
Mar abierto
Ya en mar abierto —es sorprendente la diferencia entre estar dentro de la bahía o en mar abierto, mucho más movimiento en mar abierto— hemos entrado a comer. Hay que reconocer que la comida estaba bastante buena: pasta, pollo, salchichas y patatas asadas. Lo raro es que no había bebida —a excepción de unas pequeñas jarras de agua, ridículas para tanta gente— pero sí una máquina de bebidas calientes —diría que es la primera vez que como con un café latte—. De postre me he pillado un chocolate de la máquina.
Al poco de terminar de comer hemos subido a cubierta y ha empezado el espectáculo. Reconozco que en nuestra imaginación —o llámalo esperanza— esperábamos un show de ballenas saltando y mostrándonos la cola, pero la realidad es que lo que ves es cómo salen a la superficie a respirar y se vuelven a sumergir. Eso sí, se ven perfectamente.
Sea como fuere, a mi me ha encantado. Poder observar a esos magníficos animales en libertad, haciendo lo que tengan que hacer y no azuzados por el ser humano, es algo que solo lo puedo comparar con lo vivido hace un par de días en el valle de los canguros o, en su día, en el parque de Pilanesberg en Sudáfrica.
Por cierto, había otro espectáculo secundario: pocas —o ninguna— veces habíamos visto a tanta gente vomitando. Los chinos —asíaticos en general—, sin ofender, no parecen soportar bien el mar.
Después de casi cuatro horas en mar abierto, hemos regresado a la bahía. Para más de uno parece ser que ha sido un alivio —a juzgar por sus caras metidas en las pantallas de sus móviles durante las últimas dos horas—. El ser humano ya no soporta estar cuatro horas sin estímulos constantes simplemente observando el mar a la espera de ver algo que a lo mejor ni llega a ocurrir —para mí ha sido maravilloso—.
Regreso a la bahía
Al llegar a tierra firme hemos ido corriendo al museo Susannah, pero desafortunadamente, la última visita ya había empezado. Cambio de planes.
De nuevo hemos echado mano a nuestra lista de librerías y hemos ido a Kinokuniya —una cadena de librerías que ya visitamos en Singapur—. Eso sí, antes de entrar, nos hemos tomado un café con unas magníficas tortitas de tiramisú. Era un local de una cadena japonesa que no conocíamos hasta hoy, pero que parece ser que es muy famosa y con historia —los japoneses saben lo que se hacen—.
En la librería me he comprado un libro sobre la historia de Australia desde su invasión por parte de los ingleses hasta hoy en día. Tiene una pinta estupenda.
Terminando el día
De nuevo con la noche echada, hemos regresado al alojamiento.
Antes de cenar hemos bajado a la piscina —cubierta— y he aprovechado para echar unos largos —toda la piscina para mí solo—. Cómo se nota que estoy a principio de temporada: 500 metros nadando y ya muerto —así me he respondido a mí mismo a la pregunta que me hacía en el barco de si sería capaz de llegar nadando a la costa desde donde estábamos—.
Un poco de spa, cena, escribir y a la cama.