22 de septiembre de 2023. El día ha empezado con algo casi insólito: ¡me he quedado dormido hasta pasadas las 8:30! No recuerdo la última vez que, en condiciones normales, me haya levantado tan tarde —normalmente yo despierto al despertador poco antes de las seis de la mañana—. Como soy el encargado de empezar el día en casa, aquí no se ha movido nadie hasta que me he dado cuenta de la hora. Cosas que pasan.
Sustos desagradables a parte, hemos desayunado, nos hemos preparado y hemos salido a la calle. Por cierto, por aquello de ver siempre la botella medio llena, gracias a salir más tarde de lo esperado hemos evitado casi por completo la lluvia —inesperada— mañanera.
The Rocks y centro de la ciudad
Hoy tocaba seguir conociendo Sídney, así que al primer lugar al que hemos ido ha sido al famoso barrio «The Rocks«.
Si ya el primer día nos gustó la ciudad, gracias a este barrio nos hemos rendido completamente a sus pies. ¡Qué maravilla de barrio! Si has estado en alguna ciudad de Inglaterra —incluso el mismo Londres serviría— podrás imaginar lo que hicieron aquí los ingleses en los siglos XVII y XVIII.
Después de recorrer de arriba a abajo «The rocks», y casi por casualidad, hemos encontrado el paseo de las enfermeras (Nurses walk) y, allí mismo, un simpático café. Café de especialidad y pan de banana nos han devuelto las fuerzas para continuar.
Hemos sacado nuestra lista de librerías que visitar y hemos ido a por la primera de la lista de Sídney: Dymocks. Tras un buen rato, revisando libros me he decidido por comprar otro libro para mi colección de libros de idiomas de los países que visito: la jerga del australiano.
La librería era del tipo que nos encanta: con cafetería/restaurante dentro. Nos hemos quedado a comer allí. Otra gran decisión y otro ejemplo más de que Australia no es cara —que tampoco barata— por mucho que digan.
Por cierto, de camino a la librería, y de nuevo por casualidad, nos hemos encontrado con el centro comercial «The strand arcade«. ¡Qué suerte la nuestra! Era una maravilla de centro comercial de 1891 lleno de negocios de toda la vida —y otros modernos—: sastres, zapateros, limpiadores de calzado, etc. El edificio era impresionante, de hecho solo alcanzo a recordar uno parecido —Gum de 1893— en la plaza Roja de Moscú. Subir y bajar en su ascensor de época ha sido una gran experiencia.
Atardecer en el jardín botánico
Esta mañana una señora, al vernos hacer fotos a unos árboles —en esta ciudad son impresionantes—, nos ha preguntado si habíamos estado en el jardín botánico. Le hemos dicho que aún no —justo era lo que íbamos a hacer por la tarde— y ella nos ha dicho, literalmente —en inglés, obviamente— que teníamos que ir que nos iba a explotar la cabeza.
Con tamaña recomendación, como para saltarnos nuestro plan. Después de comer hemos ido al «Real jardín botánico de Sídney«.
Aunque estoy abusando mucho de la palabra maravilla, es que no se puede decir otra cosa del jardín botánico de Sídney. Es una maravilla —y una envidia, por qué no decirlo—. Menuda suerte tener un lugar así en una gran ciudad.
Es un jardín botánico realmente enorme y gratuito. Tienes bancos para sentarte, zonas de césped para tumbarte y hasta una cafetería. Sin tener apenas conocimiento de botánica ya te quedas prendado de los ejemplares que hay así que, supongo, si eres una persona experta en la materia debe ser el paraíso.
La tarde se ha ido echando y hemos decidido quedarnos allí para ver el atardecer. El «Mrs Macquarie’s chair» es un sitio ideal para ello. Mirando directamente al oeste te encuentras de frente con la ópera y el puente de la bahía con el sol anaranjado cayendo poco a poco. Sí, exacto, lo has adivinado, otra maravilla.
Rematando el día
Aquí anochece poco antes de las seis de la tarde y, cuando se va el sol, hace fresco —recuerda que acabamos de estrenar la primavera—. Por ello, como aún era pronto pero ya de noche, con fresco y algo cansados, hemos buscado un lugar donde tomar algo.
A esas horas las posibilidades se reducen así que hemos acabado en el famoso «Queen Victoria building«. Un emblemático edificio del siglo XIX que actualmente es un centro comercial de la misma talla que el «Strand arcade«.
Hemos tenido que apurar el café más rápido de lo que nos hubiera gustado —cerraban a las ocho pero media hora antes nos han puesto la cuenta en la mesa para pagar, señal universal de que ya sobras—, pero a cambio nos hemos dado una vuelta por el edificio casi vacío de gente.
Ya de noche, con todo cerrado y con los objetivos del día cumplidos, hemos vuelto al alojamiento a cenar y descansar que mañana toca de nuevo excursión y más ciudad.